jueves, 3 de abril de 2014

SOMBRA 33

¡Christian! ¡Vamos, levántate que vas a llegar tarde! ¿Tarde? Pero, ¿no me habían expulsado? Grace habrá vuelto a mover sus hilos para que el director vuelva a readmitirme. ¡Mierda! Me tapo la cabeza con la almohada y me acurruco bajo las sábanas. En la intimidad de mi habitación es prácticamente el único sitio en el que puedo expresarme como quiero, como necesito. En el que, si quiero, puedo incluso llorar. - ¡Christian! ¡No me hagas ir a buscarte! Seco mis lágrimas con los puños del pijama y me levanto. Lo último que me apetece es una pelea con Grace, no soporto hacerle daño. - ¡Vooooy! - Así me gusta, hijo. ¡Mía! ¡Date prisa tú también! - ¡Vooooy! –responde Mía, imitando mi tono. Aún le divierte hacerme burla. Grace hace todo el camino hasta la escuela conduciendo en silencio. De vez en cuando me lanza una mirada a través del espejo retrovisor, como si quisiera decirme algo. Pero no lo hace. Es igual, sé lo que quiere decirme. Que no me meta en más líos, que me comporte, que procure ser amable, que me relacione… Oh, siempre lo mismo. Todos los doctores, todos los profesores, todos los asistentes sociales… y Grace. Cuando llegamos aparca y sale del coche con nosotros, y nunca lo hace. Cargo la mochila sobre el hombro y echo a andar diciendo un hasta luego entre los dientes. - Christian, espera. Voy contigo. - ¿Por qué? - Espera, he dicho –le arregla los cuellos de la chaqueta a Mía y le da un beso en la mejilla. – Hasta luego cariño, pásalo bien en la escuela. - Gracias mamá – Mía se aleja saltando con sus compañeros. - Christian, tenemos que hablar. Esto no puede seguir así, y lo sabes. Esta vez ha sido la última de verdad. No sabes lo que he tenido que luchar para que el señor Hettifield te admitiera de nuevo en la escuela –Grace suena seria de verdad. - Ya claro, pero como soy muy listo, me deja volver, ¿no es eso? –me burlo. - No Christian, ya no. Has llegado demasiado lejos. Esta vez te han dejado volver porque les he prometido que, bajo mi responsabilidad, a partir de ahora te comportarás bien –a la vergüenza de ser el hazmerreír de la escuela tengo que sumar ahora que todos me vean sentado con mi madre en un banco en la puerta del despacho del director. Fantástico. - Vale. ¿Me puedo ir ya? –intento escabullirme pero me agarra fuerte por la muñeca. - No, esta vez no. Christian sabes que has agotado muchas paciencias y que yo sigo confiando en ti. Sabes que siempre he querido ayudarte, y aún quiero hacerlo. Yo sé que dentro de ti hay un muchacho estupendo, bueno y generoso – me revuelve el pelo mientras lo dice, y yo, aún más incómodo, vuelvo a intentar inútilmente librarme de ella.- Amanda le ha contado al director lo que pasó ayer en el patio. Le ha dicho que no fue tu culpa, que sólo querías defenderla. Yo sé que dentro de ti eres muy bueno, y que nada hay del egoísta que han visto en ti los otros niños. Pero tienes que dejarlo salir Christian, tienes que dejar que todos lo vean como lo veo yo. - Vale. ¿Me puedo ir ya? - No. El señor Hettifield nos está esperando dentro, creo que vas a tener que decirle tú personalmente que no volverás a causar más problemas en su escuela. Y yo respondo por ti. Así que no me decepciones, te lo pido por favor. Y deberías darle las gracias a Amanda, ha sido muy valiente. - Está bien, Grace. No te decpecionaré. Lo prometo – y esta vez lo digo en serio. Grace tiene razón, no hay mucha gente que siga confiando en que hay algo bueno dentro de mí. De hecho, no hay mucha gente que trate conmigo. La única fórmula de relacionarme que he encontrado ha sido el silencio: sumirme en un mundo en el que no cabe nadie más que yo. Dejar que los demás vivan su vida, si yo no intento entrar en la suya, ellos no tendrán necesidad de hacerlo en la mía. Y así me ha ido bien. Hasta ahora. Así me fue bien con el cabrón que pegaba a mamá, así me fue bien con mamá cuando sólo quería tumbarse y dormir. Así me fue bien en la casa de acogida cuando Jack me golpeaba y me insultaba. Pero supongo que todos los que dejaban que me apartara del mundo eran todos aquellos a los que en realidad nunca les he importado. Grace quiere estar ahí, siempre. Y Amanda. Pero, ¿por qué? - No sabes cuánto me alegro de oírlo, hijo mío. - ¿Señora Grey? ¿Christian? Adelanta, el señor Hettifield les está esperando. Muy seguro de mí mismo y de la promesa que acabo de hacerle a Grace entro en el despacho del director, a prometerle que a partir de hoy empieza una nueva etapa. Últimamente me muevo por este despacho como si fuera el salón de mi casa, raro es el día en el que no me traen castigado, y estoy empezando a odiarlo. Las vitrinas con las copas de los campeonatos que la escuela ha ganado, estantes y estantes llenos de anuarios de alumnos que pasaron y se fueron, diplomas de estudiantes sobresalientes. A mí me recordarán como Christian Grey, el chico al que no se le podía tocar, el chico que peleaba en lugar de hablar. Jamás habrá una copa con mi nombre grabado ni una fotografía mía recibiendo un premio al mérito académico. El señor Hettifield se levanta de su asiento y me interroga con la mirada: - ¿Estamos de acuerdo, jovencito? No tengo ni la menor idea de lo que ha estado diciendo, ni me importa. - Sí, señor –me levanto yo también. - Me alegro mucho de que hayamos llegado a un acuerdo. Señor Grey, confío en no tener que arrepentirme de esta decisión. - Ya verá como no, señor director. Ya verá. Christian es un muchacho de palabra, sólo tenemos que darle la oportunidad que se merece. - Bien, entonces ya está todo dicho. Señora Grey, espero verles por aquí la víspera de Halloween con el resto de los padres. - Por supuesto, vendremos encantados. El ponche que sirven en su fiesta es con mucho el mejor de todo el estado. - Oh, gracias… Hasta pronto. Christian, corre a clase, que hoy son los preparativos de Halloween. ¿No te lo querrás perder? - Hasta pronto, señor Hettifield. - Adiós. Grace me acompaña hasta el pasillo sin dejar de hacer una leve presión en mi hombro con su mano. - Al final vas a poder ir a la fiesta de Halloween hijo. Menos mal que te han levantado el castigo. - Ya, claro. Eh, de todos modos, preferiría no ir, Grace. - ¿Cómo que no? Todo el mundo se disfraza, es de lo más divertido. - Pero… - Déjalo Christian –no me deja terminar.- Lo hablaremos en casa. Hasta luego querido. Cabizbajo recorro lo que queda del pasillo mirando por las ventanas que dan dentro de las aulas. En muchas de ellas los alumnos recortan papeles negros con forma de murciélago, en otros cuelgan calabazas de las ventanas, y todos hablan entre ellos, ríen, se tiran cosas. Yo no soy como ellos, y no me gusta Halloween. Es una fiesta que me recuerda que yo no soy de aquí, que este no es mi sitio. Que no es aquí adonde yo pertenezco. Con toda esa parafernalia que parece salida más de un anuncio de la televisión que de la vida real. Y cada otoño, cada año, se repite: una fiesta pensada para el miedo, ¿qué sentido tiene? Zombis y calabazas juntos, niños vestidos de esqueleto pidiendo caramelos de casa en casa. Una fiesta para honrar y recordar a los muertos. ¿Se puede ser más hipócrita? Mi madre murió, o la mataron, nunca lo sabré. Lo que sí sé es que miedo tuvo que tener, y mucho. Miedo de ser una enferma, miedo de tenerme a su lado, miedo del cabrón que venía y la golpeaba, que se lanzaba sobre ella gritando, blasfemando. Y ni siquiera me lo dijeron. Me apartaron de su lado y me metieron en aquel sanatorio al que Grace y Carrick venían a visitarme. Y nadie tuvo ninguna palabra de consuelo para mí, nadie pensó entonces en honrar a mis muertos, a una muerta que tenía tan reciente. Nadie me contó qué había pasado, dónde se la habían llevado. Si llevaba mucho tiempo muerta o no. Muerto he querido estar yo muchas veces. Cuando no podía hablar, cuando no podía dormir por las noches, cuando no quería salir de la cama ni jugar. Miles veces he deseado desaparecer, no tener que hablar con nadie, ser invisible. ¿No es eso morir un poco? Me paro frente a la puerta de mi clase. La señorita Lennox reparte entre los alumnos una especie de madeja blanca, tela de araña industrial, para colgar de las esquinas de las paredes, de las puertas. Todos gritan y se lanzan pedazos de lana blanca. Sin ningunas ganas abro la puerta y entro. Como si hubieran anunciado mi entrada la clase entera se gira hacia mí y empiezan a gritar, a chillar, a lanzarme trozos de la telaraña. En silencio, sin responder a sus provocaciones, me acerco a mi pupitre y me siento, sin levantar los ojos de la mesa. ¿Para qué? No quiero que la señorita Lennox me vea, ni quiero que me reparta un trozo de telaraña. Saco un libro de la cajonera y lo abro. No importa cuál, ni por qué página. Sólo quiero desaparecer. - ¡Grey! ¡Niño de mamá! ¿Te han dejado venir solo hasta la clase? - Christian, ¿te ha salvado Amanda del castigo? - Vamos Grey, ¿no vas a pegarme? - ¡Grey es un cobarde! - ¡A Grey le gusta Amanda! La clase entera estalla en una carcajada antes de que la señorita Lennox tenga tiempo de llegar hasta su mesa y dar un golpe con el borrador sobre ella pidiendo orden. - ¡Silencio! ¡Niños, silencio! ¡Basta ya! Las risas no cesan y la ira va creciendo dentro de mí. Quiero pegarles a todos, patearles y salir de allí. Correr, muy lejos, y no volver nunca. - ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Silencio! ¡Si no os calláis ahora mismo me veré obligada a castigar a toda la clase sin su fiesta de Halloween. ¿Ha quedado claro niños? – la señorita Lennox también se está enfadando. – Volved todos a vuestro sitio y sacad el libro de ejercicios de cálculo. Hasta que no esté toda la clase trabajando y en silencio los preparativos han terminado. Vosotros veréis. Ojalá yo pudiera gritar como ella, levantarme y decirles a todos que se quedan sin su estúpida fiesta de los muertos. La amenaza surte efecto y por fin todos mis compañeros se callan. Sólo queda un murmullo a mi alrededor, libros que salen de las mochilas, lápices que dejan los estuches. Algún que otro insulto ahogado, siempre hacia mí. Como se estropee la fiesta va a ser culpa de Christian, Christian es tonto, siempre nos mete en líos, ¿por qué no castigan a Christian sin ir a la fiesta y nos dejan en paz? Seguro que es mejor que no venga. Tienen razón, seguro que es mejor que no vaya. Sería mejor si me fuera de aquí. A la hora del recreo la campana rompe el silencio en el que se había sumido la clase. El bullicio vuelve y la señorita Lennox intenta hacerse oír por encima de él: - Si os portáis bien en el patio podéis seguir haciendo los adornos de Halloween. Pero no quiero ni una sola queja de los vigilantes. ¿Me habéis oído? Es inútil, todos salen ya a la carrera, excepto yo. La señorita se acerca a mí y me dice: - Tengo entendido que se ha solucionado el incidente de ayer. Te juzgamos mal y lo lamento, Christian. Pero tienes que reconocer que no es la primera vez que protagonizas un incidente así, últimamente se repiten demasiado a menudo. - Lo siento, señorita Lennox –digo sin levantar los ojos. - Estoy harta de que se revolucione la clase por tu culpa. Sabes que no tengo ningún problema en denunciar tu actitud al director si es necesario. Así que te recomiendo que procures evitar que situaciones como la de hoy se repitan. - Sí, señorita. ¿Por qué no se va y me deja en paz? Todo el mundo tiene siempre alguna queja de Christian, pero os vais a enterar, yo no os necesito. Todos vosotros siempre empeñados en llevaros bien los unos con los otros, en hablar, en hacer cosas juntos… Yo no soy así, yo no soy de ésos. Ni lo quiero ser. No necesito a nadie. Me levanto esperando que la señorita Lennox no me siga, no quiero escuchar ni una palabra más. Al otro lado de la puerta, apoyada contra la pared, está Amanda, abrazada a su mochila. - Uhuuuu -dicen un par de chicos en un grupito al otro lado del pasillo. –Amanda y Christian son novios. Aprieto los puños para reprimir el impulso de golpearles y echo a andar hacia la calle. Amanda me sigue. ¿Por qué me sigues? ¿Qué quieres de mí? - ¡Christian! ¡Espera, Christian! Sin detenerme le hago una seña con la mano, déjame en paz, pero corre tras de mí. Me alcanza al cruzar la puerta y se aleja de la escuela conmigo. - Amanda, déjalo. Ya has hecho suficiente. Ahora todos se ríen de mí en colegio, ¿qué más quieres? - Lo siento, yo no quería meterte en problemas. Sólo pretendía ayudarte, creí que si iba a tu casa y le decía a tus padres… - ¡No vuelvas a mi casa nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca! - No te pongas así, sólo somos amigos. - ¡Yo no soy tu amigo! ¡Yo no tengo amigos! ¿Vale? ¡Lárgate! Veo las lágrimas que asoman tras los ojos de Amanda, y se gira para intentar ocultar su llanto. Me da igual que llore. Yo también lo hago, yo también me escondo para llorar entre las sábanas. Y no busco ni la compasión ni la pena de nadie.

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