viernes, 18 de abril de 2014

SOMBRA 35 ...

Aquel fue un verano casi tan largo como la primera noche de mi nueva vida. Había comprobado que podía hacer mi fortaleza inexpugnable, y había sufrido también la primera de las consecuencias: el vacío de Grace. Aunque lo soporté, no hubo una sola hora en la que no escuchase el reloj de péndulo del salón marcar su ritmo constante, una campanada cada quince minutos, dos cada treinta, después tres y después cuatro en las horas en punto. Mi puerta seguía abierta, igual que la había dejado la noche anterior. Aquella noche terminé de perfilar mi estrategia. Cuando empezó la actividad en la casa me levanté para terminar de empaquetar las cosas que había apartado antes de irme a la cama. Cogí la pesada caja llena de recuerdos que quería apartar de mi vida, y la cerré con cinta adhesiva. Con un rotulador escribí Christian, no tocar. La cargué entre mis brazos, y me dirigí al garaje para enterrarla definitivamente entre los trastos para olvidar. Antes de alcanzar la puerta de atrás pasé por la cocina, donde Grace estaba sentada frente a la ventana, removiendo distraídamente una taza humeante. Llevaba aún el pijama puesto, e iba descalza. Tenía la cara hinchada, los ojos hundidos y unas bolsas abultadas teñían de un violeta oscuro sus ojeras. - ¿Christian? – su voz sonaba grave, seria. - Eh, Grace – Casi me avergoncé al saludar – buenos días. - Buenos días cariño –sus ojos seguían fijos en algún punto del jardín, más allá de la pérgola de y de la portería de fútbol. – Julianna, por favor, prepara el desayuno de Christian. ¿Has dormido bien? - Sí, muchas gracias –mentí. – ¿Y tú? Grace se giró sobre sí misma para enfrentarse a mí, que me senté a su lado en la mesa de pino salvaje. Incapaz de sostener su mirada, recorrí con la vista las vetas de la madera de la mesa, arriba y abajo, dándome algo que hacer mientras lo que fuera que tenía que decirme Grace completaba con reproches su actitud ninguneante de la noche anterior. - No muy bien, si quieres que te diga la verdad –una mano caliente aún por el contenido del líquido de la taza me revolvió el pelo.- pero ya me echaré un rato después de comer. Tengo que aprovechar hoy porque mañana vuelven tus hermanos del campamento. ¿Tienes ganas de verles? –una gran sonrisa le atravesaba la cara. - Claro Grace –pero me daba lo mismo. Y más ahora, con mi nuevo plan. Ni Mia ni Elliott tenían cabida mi vida rediseñada sólo para mí. Es más: eran un obstáculo que tendría que aprender a manejar cuando llegara el momento. Julianna trajo otra taza humeante para mí y unas toritas. - Come Christian, me ha dicho un pajarito que anoche te fuiste a la cama sin cenar. ¡Tienes que estar hambriento! –Julianna intercambió una mirada cómplice con Grace. Al fin y al cabo, mi madre era consciente de mi ayuno. - Muchas gracias Julianna. Grace retomó nuestra conversación anterior como si no hubiéramos sido interrumpidos. - Yo les echo terriblemente de menos. A Mia y a Elliott. Igual que te habría echado de menos a ti si te hubieras ido también al campamento. En el fondo tengo suerte de que te hayas quedado. ¡Habría estado muy sola aquí todo el mes! –me miró con esa cara que quería ser sin un abrazo sin tocarme. Formaba parte de ese código que nos inventamos hacía mucho tiempo ya. - No será para tanto. ¡Sólo han estado fuera cuatro semanas! Se había levantado para coger del frigorífico un bote de sirope de arce, mi preferido con las tortitas. Al oír mis palabras se giró y perpleja me dijo: - ¿Que no? ¡Estoy contando los días que faltan para que vuelvan desde que se fueron! Vosotros tres sois lo mejor de mi vida Christian, y estar separada de vosotros es un auténtico castigo. No pude evitar sonreír. El amor de Grace era tan sincero y tan profundo que de no haberla conocido habría pensado que era artificial. Pero no había nada de artificial en su extrañar a sus hijos. No en vano nos dedicaba todo su tiempo, todo su afecto. - ¡No sé qué haría sin vosotros! –siguió. Sus muestras de cariño me hicieron, por un mínimo instante, pensar que tal vez me había precipitado al decidir tan tajantemente que quería ser independiente de sus vidas. Sintiéndome de nuevo avergonzado, empujé con un pie la pesada caja para que quedara escondida bajo mi taburete esperando que, con un poco de suerte, le pasara desapercibida. - ¿Qué es eso? - Um, nada, sólo una caja con algunos trastos que quiero dejar en el garaje. Ya no los voy a necesitar. - Christian, no tocar –leyó en voz alta.- Hijo, cualquiera diría que has metido dentro un animal venenoso. - No es nada Grace, sólo unos cuadernos, algunos libros y muñecos. Ya no soy pequeño. - Está bien, como quieras. Podemos decirle a Olsen que se lo lleve después porque ahora, tengo una pequeña sorpresa preparada para ti. Una especie de regalo atrasado. - ¿Ah sí? ¿Una sorpresa? ¿Por qué, si no es mi cumpleaños? –estaba realmente atónito. - Bueno, el final de curso fue un poco… tormentoso, digamos, y no pudimos celebrar como es debido tu catorce cumpleaños. - Yo, lo siento mucho Grace. - Lo sé querido, no tienes que preocuparte más. Y ya te disculpaste en su momento –su voz sonaba tranquilizadora. - Os prometí que el año que viene no habría más problemas en la escuela, y así será. - Shh, basta, Christian. Lo sé, siempre he confiado en ti, y así sigue siendo. Como muy bien acabas de decir, ya no eres un niño pequeño, así que me gustaría mucho que fingiéramos que hoy es 18 de junio otra vez y celebrásemos juntos tu día especial. Los dos solos. - ¿Y Carrick? – ya sabía que lo de ayer iba a pasar factura, por algún sitio iba a salir. - Carrick ha salido para Atlanta, tiene una reunión de negocios y no volverá hasta mañana, justo a tiempo para recoger a Elliott y a Mia. Así que seremos sólo tú y yo, ¿te parece bien? - Claro. Claro que me parecía bien. Más que bien. Me tranquilizaba poder retrasar mi encierro interior un día más, y poder disfrutar de Grace para mí solo y no como en las últimas semanas, simplemente siguiéndola, andando detrás de ella como si fuera una carga que estuviera obligada a arrastrar. - Estupendo. Pues corre a darte una ducha, vístete y vámonos. ¡Yo voy a hacer lo mismo, que con esta cara no puedo ir a ningún sitio! - Yo creo que estás preciosa Grace. - Gracias, cariño. Ven aquí anda, deja que de un beso –abrió sus brazos para hacerme un sitio en su pecho, y acudí. Sí, definitivamente, mi nueva vida podía empezar un día después. Media hora más tarde me reuní con Grace en el salón acristalado. Yo me había puesto la ropa que Julianna me había preparado y dejado sobre la cama hecha, y unas viejas sandalias que heredé de Elliott; Grace se había vestido con un conjunto blanco de falda y camisa, y zapatos náuticos. Estaba morena y el blanco de la ropa resaltaba su color, disimulando un poco las ojeras de la noche en vela. Me sentí mejor. - ¡Oh! Estás guapísimo Christian. - Gracias –sonreí. - Pero, ¿esas zapatillas? - Son mis preferidas. - Lo sé cariño pero son horrosoras. Y además están muy viejas. Y lo que es peor: resbalan. Anda, ven conmigo, Olsen probablemente nos estará esperando ya. Salimos por la puerta principal al camino de grava que conducía a la salida de la casa. Olsen estaba efectivamente con el coche aparcado junto a la verja, frotando con un paño el capó. - Buenos días señora. Christian – acompañó el saludo de una leve reverencia con la cabeza. - Buenos días Olsen –dijo Grace. - Hola. - Podemos marcharnos ya. Christian necesita calzado nuevo. Mientras el coche salía por el paseo principal hacia la avenida que conducía al centro de la ciudad hice memoria intentando recordar si en alguna ocasión me habían regalado por mi cumpleaños algo tan simple como unos zapatos, y no lo conseguí. Un año me habían regalado un avión dirigido por control remoto, en otra ocasión una bicicleta. Desde que vivía con los Grey había recibido varios pares de esquís a medida que iba creciendo, un ordenador portátil, alguna consola con sus videojuegos, incluso en una ocasión un viaje a Orlando para visitar Disney World. Pero unos zapatos era un regalo extrañísimo y, sobre todo, muy poco típico de la familia Grey. Traté de ocultar mi extrañeza y de disimular mi decepción mirando fijamente a través del cristal tintado del coche. Al fin y al cabo era cierto que no me había portado demasiado bien en los últimos tiempos, y no me sorprendió cuando el 18 de junio anterior sólo había encontrado una sobria tarjeta sobre la mesa de la cocina, firmada por Grace, Carrik y mis dos hermanos, en la que me deseaban un feliz cumpleaños. Seattle iba pasando por delante de mis ojos, brillante, a la luz del verano que se empezaba a terminar. Los días eran un poco más cortos ya, y la brisa por las tardes era más fría cada día que pasaba. Seattle era la única ciudad que había conocido en vida, pese a no haberla visto jamás antes de mudarme a Bellevue con Grace y Carrick. Apenas recordaba nada de mi primera casa, en la que viví con mi madre y aquél tipo que nos pegaba. Apensa un par de imágenes inconexas y cada vez más difusas, que sólo se atrevían a saltar a mi mente en sueños. En pesadillas, para ser más exactos. Habían pasado ya diez años desde que aquello terminó pero había tantos huecos por rellenar que parecía imposible poder curar las heridas que me había provocado. Heridas que llevaría conmigo toda la vida, igual que las cicatrices de tantos golpes y tantas quemaduras que marcaban mi piel. - ¡Ya hemos llegado! – la voz de Olsen me sacó de mis pensmientos. – Nordstrom Rack, señora Grace. ¿Dónde quiere que les espere? - Aparque y váyase a tomar un refresco Olsen, hace un calor tremendo. En veinte minutos estaremos aquí de nuevo, no vamos a tardar demasiado. Únicamente tenemos que recoger una cosa. - Muchas gracias señora Grace. Aprovecharé para hacer unas compras que me ha encargado Julianna. - Perfecto Olsen, hasta luego. No solíamos ir de compras a grandes almacenes como estos. Grace siempre decía que eran sitios incómodos, confusos, y que tenían la música demasiado alta. Estaba cada vez más perplejo, ¿iba a comprarme unos zapatos en Nordstrom Rack? Ese era el tipo de sitio al que iba a comprar mi madre, mi verdadera madre. Si estaba jugando al despiste conmigo, iba por muy buen camino. - Grace, ¿qué hacemos aquí? - ¡Qué pregunta! Pues comprarte unos zapatos Christian, no puedes seguir yendo con esos andrajos. Podrías resbalarte y hacerte daño. Y yo no quiero que nada le pase a mi chico pequeño que ya es muy mayor –me contestó cogiéndome de la mano. Molesto, me solté. - ¡No soy tu chico pequeño! - Vale, perdona. Tienes razón. Está bien, no te cojo de la mano, pero no te separes de mí que aquí hay mucha gente. Nos dirigimos por las escaleras mecánicas hacia el departamento de calzado y mi sorpresa fue total cuando Grace se dirigió a un dependiente y le dijo que habían hablado por teléfono esa misma mañana. Que era la doctora Trevelyan-Grey y tenía que haber un paquete preparado para ella. El muchacho desapareció y Grace miró nerviosa a su alrededor. - No me gustan nada estos sitios… - ¿Y por qué no hemos ido a por los zapatos a la quinta avenida, como siempre? - Eso mismo me pregunto yo. Pensé que igual era divertido cambiar. No debería improvisar querido, es la última vez que lo hago. La próxima vez recuérdame que Rainier Square me gusta y Nordstrom Rack no. Pero ya que estamos aquí nos llevaremos los zapatos. - Como quieras, Grace. - Cuando se te queden pequeños iremos a nuestra vieja zapatería de siempre ¿de acuerdo? El dependiente salió de detrás de una puerta que daba a una especie de almacén, le entregó a Grace un paquete envuelto en papel rayado blanco y negro, y con una sonrisa amplísima le dijo: - ¿Le gustaría a usted hacerse socia de nuestros grandes almacenes? La tarjeta es gratuita y sólo tiene ventajas. Grace me miró ahogando una carcajada, pagó y salimos de allí lo más rápido que nos permitía el laberinto de expositores, burros, mostradores y escaleras mecánicas. En el coche me entregó el paquete y rasgué el papel. Había un par de zapatos náuticos azules, con los cordones de cuero marrón y gruesas suelas de plástico beige. Eran idénticos a los de Grace (salvo por la marca, seguro que ella no los había comprado en los grandes almacenes que odiaba). - Muchas gracias Grace, son preciosos. Es un regalo estupendo. - Oh, Christian, ¿creías que éste era el regalo? – reía a carcajadas. – ¿Tan poco me conoces? - Yo, pensé que sí, que esto era el regalo. Me parece bien Grace, sé que no me he portado muy bien este año. - Eres tan divertido querido. Anda, ponte los zapatos nuevos y mete directamente en el papel las horribles sandalias viejas de Elliott. ¡No quiero que vuelvan a entrar en casa! Y en cuanto lleguemos, tendrás tu regalo. ¡Había un regalo mejor! Aquello ya tenía más sentido. Grace no iba a regalarme unos simples zapatos, lo sabía. Apenas podía esperar a que llegáramos otra vez a Bellevue. Era como si todos los semáforos se hubieran puesto de acuerdo para estar en rojo a nuestro paso, como si en cada cruce hubiera peatones ante los que parar. Todas las bicicletas de Seattle se interponían en nuestro camino, y yo me moría de ilusión y de ganas de llegar a casa para ver mi regalo. Cuando la puerta de la verja principal se abrió creía que el corazón se me iba a salir del pecho, de lo fuerte que me latía. Estaba tan emocionado que las manos me empezaron a sudar y se me secó la boca. - Bien, ya estamos casi listos –salimos del coche y Grace me tomó de la mano. Esta vez no me quejé en absoluto. - ¿Dónde vamos? - Por aquí cariño, ven conmigo. Bordeamos por el sendero de pizarra hacia la cara oeste de la casa, la que daba al lago. Grace tenía la vista al frente, muy fija. De pronto se paró y me dijo: - ¿Has hecho bien la digestión? No pude responder porque no entendía nada pero entonces, señaló a un punto, me miró y yo… me quedé sin respiración. Era el mejor regalo que habría podido soñar.

viernes, 11 de abril de 2014

REMY (03- SAGA REAL)

Remington Tate es un misterio, incluso para sí mismo. Su mente esta oscura y llena de luz, compleja e iluminada. Podría comprender sus propios pensamientos a veces y olvidar lo que hizo en otros. Pero a pesar de todo eso, hay algo constante. La constate de querer, necesitar, amar y proteger a Brooke Dumas con cada fibra de su ser. Remy es historia desde el primer momento en el que puso sus ojos en ella, y supo, sin lugar a dudas, que ella sería la cosa más real por la que haya tenido que pelear, hasta el momento en el que convertirá suya. https://app.box.com/s/vm93hs782h2ai4l4rsmr

MINE ( 02 -SAGA REAL.)

Él es mío y yo soy suya. Nuestro amor es consumidor, poderoso, imperfecto, y real... En el bestseller internacional de REAL, el imparable chico malo de circuito de lucha Underground finalmente conoció a su otra mitad. Contratada para mantenerlo en excelentes condiciones, Brooke Dumas desató un deseo primal en Remington "Riptide" Tate tan vital como el aire que respira.... y ahora no puede vivir sin ella. Brooke nunca se imaginó que terminaría con el hombre que es el sueño de toda mujer, pero no todos los sueños terminan con un felices para siempre, y justo cuando Remington la necesita más, Brooke hace un descubrimiento que la fuerza lejos del cuadrilátero. Ahora con la distancia y la oscuridad entre ellos, lo único que queda es luchar por el amor del hombre que llama MIO. https://app.box.com/s/9j90bpzuz8nmd5lrfuyj

ANATEMA ...

Mica ha pasado sus días de adolescente saciando su enfermiza curiosidad por los vampiros. Ha buscado toda la información que se ha escrito al respecto. Leyó desde Crónicas de una Sanguijuela hasta Ocaso de Stephanie Moyer. Para ella, ser apodada “la friki de los vampiros” en la escuela es sólo un detalle o de eso se intenta convencer; su novio, hastiado de su fanatismo la cambió por un balón de fútbol y la mitad de la clase la mira con una mezcla de lástima y burla, porque después de todo: « ¿Quién quiere ser normal cuando puedes ser única?» Por supuesto, todas esas expectativas se fueron a la basura, una noche en que –a su parecer- pasó algo sorprendente. La noche en que Mica se dio cuenta que los vampiros son más que sexo y besos: A veces que te muerdan, no es excitante ni dulce, a no ser que se le pueda llamar dulce a una motosierra rasgando tu cuello. Y a veces tienes que tener cuidado con lo que deseas... porque se puede hacer realidad. " Hay tres cosas de la que estoy completamente segura: Primero; solía amar a los vampiros: Damon, Edward, Eric y todo lo que tuviera colmillos y ojos claros. Segundo, una noche algo sorprendente sucedió, para ser honesta fue algo horrible. Y tercero; los mordiscos son dulces... Claro, tanto como puede serlo una motosierra en tu cuello. Mi nombre es Mica y esta la historia de cómo un vampiro se comió mi corazón." https://app.box.com/s/6tmtlo92qm5fax8x8wfj

RAPTURE (CUARTO LIBRO SAGA OSCUROS)

El cielo esta oscurecido por alas. De la misma forma que la arena en un reloj de arena, el tiempo se acaba para Luce y Daniel. Para evitar que Lucifer borre el pasado deberán encontrar el lugar donde los ángeles cayeron a la Tierra. Fuerzas oscuras van tras ellos y Daniel no está seguro de si será capaz de vivir para seguir perdiendo a Luce una y otra vez. Sin embargo, juntos se enfrentarán a la batalla épica que terminará con cuerpos sin vida...y polvo de ángel. Se harán grandes sacrificios. Quedarán corazones destruidos. Y de repente, Luce estará segura de lo que debe suceder. Porque ella estaba destinada a estar con alguien más que Daniel. La maldición impartida ha sido siempre y uncamente de Luce, y del amor que ella dejó a un lado. La elección que tome ahora será la única que verdaderamente importe. En la lucha por Luce, ¿Quién ganará? La sorprendente conclusión de la Saga Oscuros. El cielo ya no puede esperar más https://app.box.com/s/1in5zqhr61b5f2aq71hz

FALLEN IN LOVE ( INTERMEDIO SAGA OSCUROS)

Inesperado. No correspondido. Prohibido. Eterno. Cada uno tiene su propia historia de amor. Y en un giro del destino, cuatro extraordinarias historias de amor se combinan en el transcurso de una día de San Valentin en la Inglaterra medieval. Miles y Shleby encontraran el amor donde menos lo esperan. Roland aprende una dolorosa lección sobre la búsqueda y la perdida del amor. Arriane se arriesga a un amor tan feroz que quema. Y por primera y ultima vez, Daniel y Luce pasaran una noche juntos como ninguna otra. Fallen in Love esta lleno de historias de amor... aquellas que todo el mundo ha estado esperando. .. El amor verdadero jamas se despide. https://app.box.com/s/5ip3qt0m2z6tp3ck21ae

PASION (TERCER LIBRO SAGA OSCUROS).

El amor comienza. Luce morirá por Daniel. Y lo hará. Una y otra vez. A travéz del tiempo, Luce y Daniel se han reencontrado, solo para ser dolorosamente separados: Luce muerta, Daniel solo y destrozado. Pero ta vez, no tiene que ser así... Luece tiene la seguridad de que algo o alguien en una vida pasada puede ayudarla en su presente. Así comenzará e viaje más importante de esta vida... Volver al pasado para observar en persona sus romances con Daniel... Y finalmente desbloquear la clave para hacer de su amor, el último. Cam y las legiones de Ángeles y Proscritos están desesperados por encontrar a Luce, pero nadie tan frenético como Daniel. El persigue a Luce a través de las vidas que compartieron, horrorizado de lo que puede llegar a pasar se ella re-escribe la historia Porque su amor eterno podría quedar en llamas... Por siempre. https://app.box.com/s/3anbnfkwkblg135e6qai

TORMENTA (SEGUNDO LIBRO SAGA OSCUROS)

Infierno en la tierra. Eso es para Luce estar separada de su novio ángel caído, Daniel. Tardaron una eternidad para encontrarse, pero ahora él le ha dicho que debe irse. Solo lo suficiente para cazar a los Rechazados inmortales que quieren matar a Luce. Daniel la lleva a Luce a Shoreline, una escuela en la rocosa costa de California con estudiantes inusualmente dotados: Nephilim, los hijos de los ángeles caídos y los seres humanos. En Shoreline, Luce aprende lo que las sombras son, y cómo puede utilizarlas como ventanas para sus vidas anteriores. Sin embargo, cada vez que Luce aprende mas, más sospecha que Daniel no le ha contado todo. Está escondiendo algo, algo peligroso. ¿Qué pasa si la versión de Daniel del pasado no es realmente cierta? ¿Qué pasa si Luce estaba predestinada a estar con alguien más? https://app.box.com/s/ka26vxty2u2c8j7e91sv

OSCUROS (PRIMER LIBRO).

Luce de 16 años de edad, es un nueva estudiante de Sword & Cross, la escuela se ubica en Savannah, Georgia.El novio de Luce murió en circunstancias sospechosas, y ahora lleva la culpa por su muerte, mientras recorre los pasillos de Sword & Cross, donde cada estudiante parece tener una desagradable historia.Es sólo que cuando ve a Daniel, un compañero de estudios magnífico, Luce siente que hay una razón para estar aquí, aunque ella no sabe lo que es. Y la actitud fría de Daniel hacia ella? Es realmente una forma de protección...Daniel es un ángel caído, condenado a enamorarse de la misma chica cada 17 años. . . y verla morir. Y Luce es una compañera inmortal, que tiende a reencarnarse una y otra vez como una niña mortal que no tiene ni idea de quién es realmente. https://app.box.com/s/dybujww1qarabh1v8kk0

LEJOS DEL SOL ...

Mi nombre es Melanie Gallardon y: 1) Tengo problemas. Estoy llegando tarde a mi clase por… ¿millonésima vez ya? 2) Mi cabello tuvo mejores días. 3) ¡¡¿Justo hoy decidí ponerme botas?!! Dios... 4) Soy la "buena amiga" de Adrian Monk. 5) Adrian es el ser humano más sexy, hermoso y perfecto del mundo. 6) ¿Mencioné ya que soy sólo su AMIGA? https://app.box.com/s/xt3nb4o2xj4a06yfpfd0

sábado, 5 de abril de 2014

LA FELICIDAD ES UN TE CONTIGO ...

La inexplicable desaparición del gentleman Atticus Craftsman en el corazón de las tinieblas de la España profunda parece estar relacionada con las malas artes de cinco mujeres desesperadas, las empleadas de la revista Librarte, capaces de cualquier cosa con tal de conservar su trabajo.El inspector Manchego será el encargado de desenredar una trama en la que la comedia romántica se mezcla con el drama más tierno, la intriga policiaca desemboca en el mayor hallazgo literario de todos los tiempos, lo difícil se vuelve fácil y los problemas se ahogan en un mar de lágrimas... de risa. Todo esto para terminar descubriendo, qué cosas, que el amor lo explica todo.AVISO PARA LECTORES:Esta novela puede afectar seriamente su percepción pesimista de la realidad. Provoca carcajadas y ganas de más. Sus personajes son como los hijos: cuanto más tropiezan, más se les quiere. Cuidado con sus corazones: les pueden entrar ganas irrefrenables.

LO QUE NO SABES DE MI AMOR ...

Cuando una mujer se reúne con sus dos hijos en la casa familiar para celebrar la Navidad, unos oscuros secretos del pasado y una llegada inesperada amenazan con perturbar la paz de la familia para siempre. A través de una brillante narración a dos voces, separada treinta años en el tiempo, por un lado Grâce, cuya voz escuchamos a través de su diario escrito en 1981, y por el otro lado su hijo Nathan en la actualidad, penetramos así en el corazón de los más oscuros y nunca confesados secretos de la familia. Una novela apasionante e inquietante sobre el amor, los celos y la soledad, y los fantasmas que habitan la memoria de sus personajes.

UN ANGEL EN UNA HARLEY.

Un Ángel en una Harley, de Joan Brady, que ha escrito otras obras como Dios vuelve en una Harley o Te amo, no me llames, es una novela basada en la premisa de que los ángeles están entre nosotros y que algunos van montados en una Harley Davidson. La autora de Dios vuelve en una Harley nos sorprende con una nueva aventu ra, narrada en un estilo similar al de su libro más conocido. Joan Brady sabe cómo conectar con los lectores y en especial con las lectoras– con sus personajes cercanos y creíbles. Para escribir Un ángel en una Harley ha recurrido a sus recuerdos como enfermera itinerante, etapa durante la cual recorrió Estados Unidos para trabajar en hospitales y centros de atención médica. Dios vuelve en una Harley es un clásico y un long seller dentro de la literatura de autoayuda. Cautelosa y conservadora, Molly Driscoll sigue trabajando en el mismo hospital en el que completó su formación como enfermera hace más de una década. Cuando a su ex marido, Jason, le diagnostican un cáncer, Molly le propone un trato: si él acepta someterse a una quimioterapia, ella hará un cambio radical en su propia vida. Él acepta, y Molly abandona el trabajo, cambia su coche por una motocicleta Harley Davidson y se convierte en «enfermera itinerante». A lo largo del camino, Molly se enfrentará a difíciles pruebas, vivirá momentos extraños y tiernos con sus pacientes, se topará con un posible acosador y conocerá a un compañero muy peculiar. Ralph es, como ella, un enfermero itinerante y un fan de la moto americana por excelencia. Pero, además, asegura ser un ángel. https://app.box.com/s/paro0h19kyhai06otob2

DIOS VUELVE EN UNA HARLEY: EL REGRESO ...

A los magros ingresos de su marido, un músico sin futuro, Christine aporta su sueldo ganado tras largas horas de trabajo. Ha pasado mucho tiempo desde que Dios la visitara -bajo la insólita apariencia de un apuesto joven montado en una Harley- y que con sus palabras sencillas y sabias le indicara el camino hacia la felicidad. El fuego de la relación se ha extinguido. La angustia está a punto de ahogarla. Un amigo que nunca la abandonaría responderá a su llamada silenciosa. https://app.box.com/s/itw03z4yl3xribxrk5lr

DIOS VUELVE EN UNA HARLEY ..

CON TREINTA Y SIETE AÑOS Y UNA FIGURA QUE NO SE AJUSTA A LOS CÁNONES DE LA BELLEZA, CHRISTINE TIENE POCAS ESPERANZAS DE ENCONTRAR AL HOMBRE CON QUIEN COMPARTIR SU FUTURO. LO QUE NO SABE ES QUE DIOS HA VUELTO A LA TIERRA PARA ENTREGARLE UNAS SIMPLES REGLAS DE LA VIDA, ACORDES CON NUESTRO TIEMPO, QUE HARÁN DE ELLA UNA MUJER DISTINTA Y LIBRE. AUNQUE VISTA CHUPA DE CUERO Y CABALGUE UNA HARLEY DAVIDSON, EN SUS OJOS SE HALLA LA SABIDURÍA Y EN SUS PALABRAS SENCILLAS DESCUBRIMOS LO QUE SIEMPRE HABÍAMOS SOSPECHADO: EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD EMPIEZA Y ACABA EN NOSOTROS MISMOS.

NOMBRE EN CLAVE VERITY ...

Dos chicas. Sus vidas cruzadas en una amistad improbable. Una lucha por sobrevivir a la guerra más devastadora. TENGO DOS SEMANAS. DESPUÉS DE ESO, ME DISPARARÁN. Eso es lo que les hacen a los agentes enemigos. Eso es lo que nosotros les hacemos a los agentes enemigos. Miro cara a cara mi futuro y solo tengo una alternativa: cooperar. Es la única salida para alguien en mi situación, una chica descubierta en plena misión. Y haré lo que sea. Cualquier cosa con tal de evitar que el Huptsturmfúrer von Linden de las SS me interrogue otra vez. Von Linden ha dicho que dispondré de tanto papel como necesite. Lo único que tengo que hacer es relatar todo lo sé. Y lo voy a hacer. No soportaría otro interrogatorio. Pero la historia de cómo acabé aquí empieza con mi amiga Maddie. Ella es la piloto que me trajo a Francia: una invasión aliada de dos personas. Las dos éramos un equipo increíble.

PROHIBIDO ENAMORARSE DE ADAM WALKER ...

Cuando pienso en Adam Walker, pienso en tres cosas: caliente, estúpido y peligroso. Caliente, porque, digo, no se puede negarlo lo totalmente atractivo que es: cabello negro, ojos verdes, brazos musculosos, tatuajes diiscretos cerca e la base de su espalda y deliciosos dedos largos que parecen papas fritas listas para comer. Peligroso porque el tipo, aparte de manejar una motocicleta, tiene un oscuro secreto que no se atreve a contarle ni a su sombra. Y estúpido (en serio, ESTUPIDO) porque, bueno, eligio estar con mi prima Marie. ¿Quién en su sano juicio se fijaría en una persona como ella? Es la personificación de Miss Peggy en toda regla: de personalidad voluptuosa, con voz chillona y siempre queriendo ser el centro del universo. Definitivamente no tengo razones para enamorarme de él. Adam es todo lo que NO quiero en un chico; y sin embargo, sabiendo lo tonto que puede llegar a ser, o lo mucho que está embobado de mi prima, se me hace imposible no probar de la fruta prohibida y caer enamorada de él. Estoy tan jodida, y pronto vas a saber el por qué… https://app.box.com/s/0xtrnpg7n1b95effy2dl

jueves, 3 de abril de 2014

SOMBRA 34

Revisar estos recuerdos después de tantos años me ha hecho darme cuenta de lo solo que estaba entonces. Apenas había cumplido los trece años, llevaba más de ocho viviendo con Grace y Carrick y con su familia, y aún me sentía un extraño en esa casa en la que todo estaba siempre en su lugar. Ellos quisieron hacerme sentir parte de sus vidas y yo malentendí las señales. Decidí no tocar las cosas en lugar de usarlas y devolverlas a su lugar. Medir mis palabras en lugar de ser esponténeo; cambié los juegos sociales por los libros, por la tecnología. Todo lo que me permitiera construir una coraza a mi alrededor, una muralla protectora. Nada ni nadie podría entrar, ni salir. La última temporada en la escuela media, y los incidentes con Amanda me hicieron comprender que la vida social no estaba hecha para mí. Aquel verano, justo antes de empezar la escuela secundaria, Mia y Elliott fueron a un campamento con otros chicos de la escuela. A mí no me preguntaron si quería ir. No me obligaron. No intentaron, ni siquiera, que considerara la posibilidad de ir. Era como si finalmente hubieran aceptado que yo era un bicho raro. Durante las semanas en que Mia y Elliott estuvieron fuera Grace me llevaba con ella a todas partes, pero ya no me preguntaba qué quería hacer ni a dónde quería ir. Simplemente cargaba conmigo. Pasé horas sentado en el salón de belleza mientras ella tomaba larguísimas sesiones de rayos, en el saloncito de la modista mientras elegían tejidos para los trajes del otoño siguiente, en la recepción de la biblioteca del hospital cuando tenía sus reuniones con un grupo de investigación. Siempre en silencio, a su lado, agradecido por no haberme obligado a ir con mis hermanos al maldito campamento. Una vez la escuché hablar por teléfono. Elena, la señora Lincoln, estaba organizando una cena en el club de campo para recaudar fondos para una casa de acogida de niños víctimas del maltrato. - No puedo ir, Elena, entiéndelo. No quiero dejar a Christian en casa, y no me parece el sitio más adecuado para llevarlo a él, ¿no crees? Bajaba la voz cuando no quería que escuchara algo, pero no se iba. Simplemente susurraba, como así no me llegara el sonido. - Ya sé que no es la suya, y que no se va a encontrar a nadie allí de su vida anterior. Pero no quiero remover más su dolor, bastante mal lo estamos llevando últimamente. De eso se trataba, de remover mi dolor. Tras unos segundos de silencio Grace se despidió tajantemente de su amiga: - Pues claro que he buscado otros médicos, pero no queda nadie en esta ciudad dispuesto a ayudarme, y ya no sé qué más hacer. Llevarle a la cena no haría nada más que empeorar las cosas. Lo siento. Ya hablaremos. Cuando colgó había lágrimas en sus ojos. Apartaba la cabeza de mí para que no la viera llorar, pero era inútil, y su llanto se iba haciendo más y más fuerte. Entre hipidos me pidió perdón: - Lo siento, cariño, perdona. No es por ti, tú no has hecho nada malo. Pero yo sabía que sí lo había hecho. Llevaba años haciéndolo, peleando por minar la confianza de la única persona que me había dado su apoyo incondicional. Y ahora lo había roto. Igual que Jack rompió mi muñeco en la casa de acogida, igual que el cabrón pateó a mamá. Las cosas que quería se rompían, ése era el curso natural de las cosas. Grace lloró toda la tarde, y cuando llegó Carrick a casa la encontró hecha un ovillo en una esquina del sofá del salón, casi a oscuras. Yo les escuché hablar desde lo alto de las escaleras sin mucha dificultad, prácticamente no se esforzaban por bajar la voz, por disimular su agotamiento. Le contó cómo la cena de la señora Lincoln la había quebrado definitivamente. Había recordado los tiempos en los que me adoptaron y pensaba que podría ofrecerme una vida mejor, la vida que un niño se merece. Mirando atrás había comprendido que ninguno de aquellos esfuerzos había servido para nada, tal vez sólo para salvar mi vida, pero que yo no era feliz, y que empezaba a temer que nunca lo fuera. De vez en cuando se voz se ahogaba entre sollozos. Y un nudo crecía en mi estómago a medida que hablaba. Le contó los últimos encontronazos que había tenido en el colegio a finales del curso, que por lo visto le había ocultado porque sabía que habría perdido la paciencia conmigo. “Le sobreproteges, Grace” solía decirle. Carrick siempre había sido más duro conmigo que con Mia o Elliott. Por aquellos entonces yo solía pensar que era porque no era su hijo, porque me habían adoptado. Porque llegué con taras, marcado y herido. Elliott era un chico fuerte, sano y divertido, un deportista y un conquistador nato. Mia era sencillamente deliciosa. Buena, dócil, generosa… La niña de papá, eso lo sabíamos todos. Y luego estaba yo. El problemático niño adoptado. Solía pensar en qué pasaría si se arrepintieran definitivamente de haberme llevado con ellos. Si volverían a mandarme a aquella casa de acogida horrible en la que Jack rompía mis muñecos. Por eso tenía tanto miedo cada vez que Carrick se dirigía a mí enfadado. Yo sabía que Grace jamás me echaría, pero de él no estaba tan seguro. - ¿Qué quieres que hagamos, querida? Oh Dios mío, no, por favor. No dejes que se deshagan de mí… - No lo sé, cariño. Francamente, no lo sé. Dejarle en paz, supongo. Es lo único que quiere. Pero no estoy segura de que dejar en paz a un niño de trece años sea una buena decisión. Necesita el cariño de sus padres, de su familia. Pero no podremos dárselo si nos da la espalda. - ¿Y sus hermanos? Elliott empieza a estar harto ya de su comportamiento también. El otro día me dijo que Christian ha pegado a alguno de sus amigos. - Los amigos de Elliott no le dejan en paz. Siempre están metiéndose con él, burlándose porque es diferente. - Sí, pero Elliott tiene sólo quince años, y esto le está afectando. - Carrick, ojalá supiera qué hacer. Ojalá pudiera ayudarle. ¡Pero no sé cómo hacerlo! Tal vez más triste de lo que nunca haya estado, me fui a mi habitación, ya había escuchado bastante. Grace había luchado durante años por atravesar la barrera que me rodeaba. Peleó codo con codo conmigo hasta que conseguí hablar, me dio las herramientas que necesitaba para poderme comunicar con todos aquellos que no estaban dispuestos a hacer un esfuerzo semejante por mí. Y nunca dejó de confiar en mí. Hasta ahora. Ya ni siquiera Grace pensaba que pudiera llegar a ser un chico normal. Haberla decepcionado supuso un dolor tan profundo que levanté aún más los muros que me rodeaban. Calculé los daños, y medí las consecuencias: mi aislamiento sólo podría afectarla a ella: era la única, aparte del trajín de doctores por los que fui pasando, a la que parecía importarle qué pasaba dentro de mi cabeza. Me veía sufrir y adivinaba mi dolor pese a mis esfuerzos por esconderlo. Y tomé la decisión de crecer. De dejar de ser un niño de trece años que necesita el cariño y el calor de su familia. Ellos no eran mi familia, yo no lo sentía así, por mucho que lo repitieran. Aquella noche quité de las estanterías todos los muñecos que tenía. Aparté las fotos de cuando era niño y Grace y Carrick me recogieron de la casa de acogida. La de la primera pelota de fútbol que me regaló Elliott y junto a la que posábamos llenos de orgullo, sintiéndonos superestrellas. La de Mia recién llegada a casa en mis brazos. Escondí en una caja los cuadernos con los que Grace me enseñó a hablar. El nudo en mi estómago se iba apretando más a medida que los recuerdos se agolpaban en mi mente, traídos de la mano de los dibujos con los que empecé a comunicarme: el columpio, las tostadas, la pelota, la luz de la mesilla… A punto de quebrarme los cerré de un manotazo y aparté la caja. No podía meterme en la cama a llorar como tantas otras noches, eso tenía que terminarse. Y seguí guardando cosas que no tendrían cabida en mi vida nueva. El circuito de coches, el avión teledirigido, una caja con canicas, los puzzles. Sólo quedó la televisión y una estantería con las baldas medio peladas y algunos libros. Enrollé la alfombra que imitaba una ciudad, retiré las sábanas de animales salvajes y cogí de un cajón del aparador un juego más discreto, gris, sin colores ni dibujos. Esa noche nadie me llamó para cenar, y me sentía demasiado avergonzado como para ir a la cocina a buscar algo. Sentado en la cama, con las piernas cruzadas sobre la sobria sábana gris, me di cuenta de que era la primera vez que Grace y Carrick se olvidaban de mí. Y no fue para tanto. Al principio intenté descubrir qué habría pasado si Elliott o Mia hubieran estado en casa. ¿Se habrían olvidado también de preparar algo para cenar? No subieron ni una sola vez a verme, a hablar conmigo. Como si hubiera hecho algo terrible y el castigo más ejemplar que hubiera fuera el de su indiferencia. Sólo que no era un castigo. Simplemente ya no sabían qué hacer conmigo. Les oía trastear en el piso de abajo. Oía la puerta del mueble bar, que se abría y se cerraba. Oía caer hielo en una copa. Oí los tacones de Grace dirigiéndose a su habitación. Miré la puerta para comprobar que estaba entreabierta, esperando que se asomara, que entrara a preguntarme si quería comer algo. Pero no lo hizo. Sus pisadas pasaron de largo por delante de mi puerta hacia su dormitorio. Y escuché el suave mecanismo del picaporte. Eso era todo. Se habían ido a dormir sin reparar en mi presencia, en absoluto. Esa noche, apagué la luz para dormir. A la mañana siguiente me costó reconocer mi habitación, y mi estómago vació me recordó que lo de la noche anterior no había sido sólo un mal sueño. Mientras me vestía para bajar a desayunar me reafirmé en mi propósito de no dejar que nada más volviera a afectarme. El ninguneo al que me habían sometido mis padres la noche anterior podría haber resultado mucho más doloroso, pero no lo fue. No pasó nada. Y tampoco era la primera vez en mi vida que me quedaba sin cenar. El sabor metálico de los guisantes congelados volvía a mi boca con mucha facilidad… Podría vivir en una burbuja, y estaba dispuesto a hacerlo. Grace no volvería a sufrir más, ni Elliott tendría que volver a preocuparse porque amenazara a sus amigos. Y yo, decidí que era ya lo suficientemente mayor como para cuidarme solo.

SOMBRA 33

¡Christian! ¡Vamos, levántate que vas a llegar tarde! ¿Tarde? Pero, ¿no me habían expulsado? Grace habrá vuelto a mover sus hilos para que el director vuelva a readmitirme. ¡Mierda! Me tapo la cabeza con la almohada y me acurruco bajo las sábanas. En la intimidad de mi habitación es prácticamente el único sitio en el que puedo expresarme como quiero, como necesito. En el que, si quiero, puedo incluso llorar. - ¡Christian! ¡No me hagas ir a buscarte! Seco mis lágrimas con los puños del pijama y me levanto. Lo último que me apetece es una pelea con Grace, no soporto hacerle daño. - ¡Vooooy! - Así me gusta, hijo. ¡Mía! ¡Date prisa tú también! - ¡Vooooy! –responde Mía, imitando mi tono. Aún le divierte hacerme burla. Grace hace todo el camino hasta la escuela conduciendo en silencio. De vez en cuando me lanza una mirada a través del espejo retrovisor, como si quisiera decirme algo. Pero no lo hace. Es igual, sé lo que quiere decirme. Que no me meta en más líos, que me comporte, que procure ser amable, que me relacione… Oh, siempre lo mismo. Todos los doctores, todos los profesores, todos los asistentes sociales… y Grace. Cuando llegamos aparca y sale del coche con nosotros, y nunca lo hace. Cargo la mochila sobre el hombro y echo a andar diciendo un hasta luego entre los dientes. - Christian, espera. Voy contigo. - ¿Por qué? - Espera, he dicho –le arregla los cuellos de la chaqueta a Mía y le da un beso en la mejilla. – Hasta luego cariño, pásalo bien en la escuela. - Gracias mamá – Mía se aleja saltando con sus compañeros. - Christian, tenemos que hablar. Esto no puede seguir así, y lo sabes. Esta vez ha sido la última de verdad. No sabes lo que he tenido que luchar para que el señor Hettifield te admitiera de nuevo en la escuela –Grace suena seria de verdad. - Ya claro, pero como soy muy listo, me deja volver, ¿no es eso? –me burlo. - No Christian, ya no. Has llegado demasiado lejos. Esta vez te han dejado volver porque les he prometido que, bajo mi responsabilidad, a partir de ahora te comportarás bien –a la vergüenza de ser el hazmerreír de la escuela tengo que sumar ahora que todos me vean sentado con mi madre en un banco en la puerta del despacho del director. Fantástico. - Vale. ¿Me puedo ir ya? –intento escabullirme pero me agarra fuerte por la muñeca. - No, esta vez no. Christian sabes que has agotado muchas paciencias y que yo sigo confiando en ti. Sabes que siempre he querido ayudarte, y aún quiero hacerlo. Yo sé que dentro de ti hay un muchacho estupendo, bueno y generoso – me revuelve el pelo mientras lo dice, y yo, aún más incómodo, vuelvo a intentar inútilmente librarme de ella.- Amanda le ha contado al director lo que pasó ayer en el patio. Le ha dicho que no fue tu culpa, que sólo querías defenderla. Yo sé que dentro de ti eres muy bueno, y que nada hay del egoísta que han visto en ti los otros niños. Pero tienes que dejarlo salir Christian, tienes que dejar que todos lo vean como lo veo yo. - Vale. ¿Me puedo ir ya? - No. El señor Hettifield nos está esperando dentro, creo que vas a tener que decirle tú personalmente que no volverás a causar más problemas en su escuela. Y yo respondo por ti. Así que no me decepciones, te lo pido por favor. Y deberías darle las gracias a Amanda, ha sido muy valiente. - Está bien, Grace. No te decpecionaré. Lo prometo – y esta vez lo digo en serio. Grace tiene razón, no hay mucha gente que siga confiando en que hay algo bueno dentro de mí. De hecho, no hay mucha gente que trate conmigo. La única fórmula de relacionarme que he encontrado ha sido el silencio: sumirme en un mundo en el que no cabe nadie más que yo. Dejar que los demás vivan su vida, si yo no intento entrar en la suya, ellos no tendrán necesidad de hacerlo en la mía. Y así me ha ido bien. Hasta ahora. Así me fue bien con el cabrón que pegaba a mamá, así me fue bien con mamá cuando sólo quería tumbarse y dormir. Así me fue bien en la casa de acogida cuando Jack me golpeaba y me insultaba. Pero supongo que todos los que dejaban que me apartara del mundo eran todos aquellos a los que en realidad nunca les he importado. Grace quiere estar ahí, siempre. Y Amanda. Pero, ¿por qué? - No sabes cuánto me alegro de oírlo, hijo mío. - ¿Señora Grey? ¿Christian? Adelanta, el señor Hettifield les está esperando. Muy seguro de mí mismo y de la promesa que acabo de hacerle a Grace entro en el despacho del director, a prometerle que a partir de hoy empieza una nueva etapa. Últimamente me muevo por este despacho como si fuera el salón de mi casa, raro es el día en el que no me traen castigado, y estoy empezando a odiarlo. Las vitrinas con las copas de los campeonatos que la escuela ha ganado, estantes y estantes llenos de anuarios de alumnos que pasaron y se fueron, diplomas de estudiantes sobresalientes. A mí me recordarán como Christian Grey, el chico al que no se le podía tocar, el chico que peleaba en lugar de hablar. Jamás habrá una copa con mi nombre grabado ni una fotografía mía recibiendo un premio al mérito académico. El señor Hettifield se levanta de su asiento y me interroga con la mirada: - ¿Estamos de acuerdo, jovencito? No tengo ni la menor idea de lo que ha estado diciendo, ni me importa. - Sí, señor –me levanto yo también. - Me alegro mucho de que hayamos llegado a un acuerdo. Señor Grey, confío en no tener que arrepentirme de esta decisión. - Ya verá como no, señor director. Ya verá. Christian es un muchacho de palabra, sólo tenemos que darle la oportunidad que se merece. - Bien, entonces ya está todo dicho. Señora Grey, espero verles por aquí la víspera de Halloween con el resto de los padres. - Por supuesto, vendremos encantados. El ponche que sirven en su fiesta es con mucho el mejor de todo el estado. - Oh, gracias… Hasta pronto. Christian, corre a clase, que hoy son los preparativos de Halloween. ¿No te lo querrás perder? - Hasta pronto, señor Hettifield. - Adiós. Grace me acompaña hasta el pasillo sin dejar de hacer una leve presión en mi hombro con su mano. - Al final vas a poder ir a la fiesta de Halloween hijo. Menos mal que te han levantado el castigo. - Ya, claro. Eh, de todos modos, preferiría no ir, Grace. - ¿Cómo que no? Todo el mundo se disfraza, es de lo más divertido. - Pero… - Déjalo Christian –no me deja terminar.- Lo hablaremos en casa. Hasta luego querido. Cabizbajo recorro lo que queda del pasillo mirando por las ventanas que dan dentro de las aulas. En muchas de ellas los alumnos recortan papeles negros con forma de murciélago, en otros cuelgan calabazas de las ventanas, y todos hablan entre ellos, ríen, se tiran cosas. Yo no soy como ellos, y no me gusta Halloween. Es una fiesta que me recuerda que yo no soy de aquí, que este no es mi sitio. Que no es aquí adonde yo pertenezco. Con toda esa parafernalia que parece salida más de un anuncio de la televisión que de la vida real. Y cada otoño, cada año, se repite: una fiesta pensada para el miedo, ¿qué sentido tiene? Zombis y calabazas juntos, niños vestidos de esqueleto pidiendo caramelos de casa en casa. Una fiesta para honrar y recordar a los muertos. ¿Se puede ser más hipócrita? Mi madre murió, o la mataron, nunca lo sabré. Lo que sí sé es que miedo tuvo que tener, y mucho. Miedo de ser una enferma, miedo de tenerme a su lado, miedo del cabrón que venía y la golpeaba, que se lanzaba sobre ella gritando, blasfemando. Y ni siquiera me lo dijeron. Me apartaron de su lado y me metieron en aquel sanatorio al que Grace y Carrick venían a visitarme. Y nadie tuvo ninguna palabra de consuelo para mí, nadie pensó entonces en honrar a mis muertos, a una muerta que tenía tan reciente. Nadie me contó qué había pasado, dónde se la habían llevado. Si llevaba mucho tiempo muerta o no. Muerto he querido estar yo muchas veces. Cuando no podía hablar, cuando no podía dormir por las noches, cuando no quería salir de la cama ni jugar. Miles veces he deseado desaparecer, no tener que hablar con nadie, ser invisible. ¿No es eso morir un poco? Me paro frente a la puerta de mi clase. La señorita Lennox reparte entre los alumnos una especie de madeja blanca, tela de araña industrial, para colgar de las esquinas de las paredes, de las puertas. Todos gritan y se lanzan pedazos de lana blanca. Sin ningunas ganas abro la puerta y entro. Como si hubieran anunciado mi entrada la clase entera se gira hacia mí y empiezan a gritar, a chillar, a lanzarme trozos de la telaraña. En silencio, sin responder a sus provocaciones, me acerco a mi pupitre y me siento, sin levantar los ojos de la mesa. ¿Para qué? No quiero que la señorita Lennox me vea, ni quiero que me reparta un trozo de telaraña. Saco un libro de la cajonera y lo abro. No importa cuál, ni por qué página. Sólo quiero desaparecer. - ¡Grey! ¡Niño de mamá! ¿Te han dejado venir solo hasta la clase? - Christian, ¿te ha salvado Amanda del castigo? - Vamos Grey, ¿no vas a pegarme? - ¡Grey es un cobarde! - ¡A Grey le gusta Amanda! La clase entera estalla en una carcajada antes de que la señorita Lennox tenga tiempo de llegar hasta su mesa y dar un golpe con el borrador sobre ella pidiendo orden. - ¡Silencio! ¡Niños, silencio! ¡Basta ya! Las risas no cesan y la ira va creciendo dentro de mí. Quiero pegarles a todos, patearles y salir de allí. Correr, muy lejos, y no volver nunca. - ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Silencio! ¡Si no os calláis ahora mismo me veré obligada a castigar a toda la clase sin su fiesta de Halloween. ¿Ha quedado claro niños? – la señorita Lennox también se está enfadando. – Volved todos a vuestro sitio y sacad el libro de ejercicios de cálculo. Hasta que no esté toda la clase trabajando y en silencio los preparativos han terminado. Vosotros veréis. Ojalá yo pudiera gritar como ella, levantarme y decirles a todos que se quedan sin su estúpida fiesta de los muertos. La amenaza surte efecto y por fin todos mis compañeros se callan. Sólo queda un murmullo a mi alrededor, libros que salen de las mochilas, lápices que dejan los estuches. Algún que otro insulto ahogado, siempre hacia mí. Como se estropee la fiesta va a ser culpa de Christian, Christian es tonto, siempre nos mete en líos, ¿por qué no castigan a Christian sin ir a la fiesta y nos dejan en paz? Seguro que es mejor que no venga. Tienen razón, seguro que es mejor que no vaya. Sería mejor si me fuera de aquí. A la hora del recreo la campana rompe el silencio en el que se había sumido la clase. El bullicio vuelve y la señorita Lennox intenta hacerse oír por encima de él: - Si os portáis bien en el patio podéis seguir haciendo los adornos de Halloween. Pero no quiero ni una sola queja de los vigilantes. ¿Me habéis oído? Es inútil, todos salen ya a la carrera, excepto yo. La señorita se acerca a mí y me dice: - Tengo entendido que se ha solucionado el incidente de ayer. Te juzgamos mal y lo lamento, Christian. Pero tienes que reconocer que no es la primera vez que protagonizas un incidente así, últimamente se repiten demasiado a menudo. - Lo siento, señorita Lennox –digo sin levantar los ojos. - Estoy harta de que se revolucione la clase por tu culpa. Sabes que no tengo ningún problema en denunciar tu actitud al director si es necesario. Así que te recomiendo que procures evitar que situaciones como la de hoy se repitan. - Sí, señorita. ¿Por qué no se va y me deja en paz? Todo el mundo tiene siempre alguna queja de Christian, pero os vais a enterar, yo no os necesito. Todos vosotros siempre empeñados en llevaros bien los unos con los otros, en hablar, en hacer cosas juntos… Yo no soy así, yo no soy de ésos. Ni lo quiero ser. No necesito a nadie. Me levanto esperando que la señorita Lennox no me siga, no quiero escuchar ni una palabra más. Al otro lado de la puerta, apoyada contra la pared, está Amanda, abrazada a su mochila. - Uhuuuu -dicen un par de chicos en un grupito al otro lado del pasillo. –Amanda y Christian son novios. Aprieto los puños para reprimir el impulso de golpearles y echo a andar hacia la calle. Amanda me sigue. ¿Por qué me sigues? ¿Qué quieres de mí? - ¡Christian! ¡Espera, Christian! Sin detenerme le hago una seña con la mano, déjame en paz, pero corre tras de mí. Me alcanza al cruzar la puerta y se aleja de la escuela conmigo. - Amanda, déjalo. Ya has hecho suficiente. Ahora todos se ríen de mí en colegio, ¿qué más quieres? - Lo siento, yo no quería meterte en problemas. Sólo pretendía ayudarte, creí que si iba a tu casa y le decía a tus padres… - ¡No vuelvas a mi casa nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca! - No te pongas así, sólo somos amigos. - ¡Yo no soy tu amigo! ¡Yo no tengo amigos! ¿Vale? ¡Lárgate! Veo las lágrimas que asoman tras los ojos de Amanda, y se gira para intentar ocultar su llanto. Me da igual que llore. Yo también lo hago, yo también me escondo para llorar entre las sábanas. Y no busco ni la compasión ni la pena de nadie.

SOMBRA 32 ...

En el desayuno de la mañana siguiente no están ni Elliot, ni Mia. Lo cual no es una buena señal. Estamos sentados solo Carrick, Grace y yo. Al comienzo hay un silencio que se vuelve incómodo. Como si nadie se atreviera a empezar a hablar. Tal vez, están esperando que yo pregunte, que me demuestre interesado por la situación. Pero no lo haré. He hecho algo. No sé si mal o bien. Lo he hecho. Si alguien tiene algo para decir que lo diga. Aceptaré mi castigo con el mismo silencio. Unos minutos después, Grace lo informa: me han expulsado del colegio. Grace intenta descubrir por qué hago esas cosas. Se lamenta. Dice que todo estaba mejor y, de repente, esto. Bajo la vista y me quedo callado. No pienso explicar nada. No quiero hablar de Amanda. No quiero escuchar interpretaciones falsas. La buena noticia, según Grace, es que me dejarán quedar hasta fin de año. Ella tiene una gran de persuasión, probablemente lo ha conseguido con su capacidad y dulzura para convencer a los otros de que tiene razón. El año que viene habrá que buscar un nuevo colegio. Luego, dice que lo que en verdad le preocupa no es conseguir un nuevo colegio, sino mi comportamiento. No puedo seguir con esa conducta. Y, en especial, no deja de repetir que yo nunca había sido así, ¿qué ha sido lo que ha cambiado? ¿Por qué me he transformado en esto? Me encantaría tener las respuestas a sus preguntas, pero no las tengo. Y no pienso decir nada. En definitiva, ellos van a interpretar lo que deseen. ¿De qué serviría explicarles? Carrick dice que esto así no puede continuar y que tendremos que hacer algo para modificarlo, sea lo que sea. Grace añade que no tengo que sentirme amenazado, que, en realidad, ellos están preocupados y quieren mi bien. Yo los miro y en un momento dejo de escucharlos. Fantaseo con el momento en que me pueda ir de esa casa y hacer lo que yo quiera. Decidir sobre mi vida sin dar explicaciones a nadie. Mientras tanto, soportar. No es que no los quiera. Es que no entiendo quién soy yo y no sé cómo explicarlo. Quisiera independencia para poder actuar. De repente, llaman a la puerta. Grace va a abrir. Todo se derrumba cuando veo que por la puerta entra Amanda. Joder, qué hace aquí? Me mira y me sonríe. Mi cara se transforma en una sombra. “Señor y señora Grey, tengo que contarles algo muy importante”, les dice con cara de preocupación. Por la expresión de Grace me doy cuenta que imagina algo mucho peor. La hace pasar, le ofrece que se siente, le sirve una taza de té. Amanda bebe un sorbo. “Te escuchamos”, le dice Grace y la invita a que les cuente lo que ha venido a decir. Amanda me mira como pidiéndome aprobación. Le rogaría que no lo hiciera. Pienso en cómo detenerla. Detesto que venga ella ahora aquí a intentar defenderme. Hace que me sienta torpe, miserable, ruin. De repente, se me ocurre algo y tomo la palabra. “Yo sé lo que ha venido a decir Amanda”, digo e interrumpo mi largo silencio. “Amanda ha tomado clases especiales conmigo y se ha mostrado muy agradecida por eso” “Hay algo más”, interrumpe ella. “Sí, que no has aprobado. Pero no deberías hacerte problema por eso, puedo recomendarte a alguno de mis compañeros que seguramente puede explicarte mucho mejor que yo.” Todos me miran desconcertados. “He estado muy nervioso en el último tiempo y, tal vez, no te he explicado lo suficientemente bien”, añado. “Christian, me has explicado muy bien y estoy muy agradecida”, dice y no sabe cómo continuar. “Bueno, hemos hecho lo que hemos podido los dos. Créeme, no dudo de tu capacidad” improviso. Carrick y Grace observan extrañados. Intuyen que algo raro pasa, pero no logran determinar de qué se trata. Finalmente, se me ocurre la solución. “Probablemente Amanda, como es una buena chica, ha venido a contarles lo de mis clases ya que sabe que me castigarán y piensa que si ella les cuenta que la he ayudado, eso hará bien a la situación.” No quiero que diga la verdad. Espero que no lo haga. “¿Es verdad? ¿Has venido a contarnos eso, Amanda?”, pregunta Grace. La miro fijo. Le suplico con los ojos que asienta y que no siga. No quiero que una mujer venga a mi casa e intente hacerme quedar como un superhéroe. No lo necesito. Puedo soportar mi castigo por lo que he hecho sin que nadie me defienda. Y, por fortuna, Amanda me mira y algo comprende. “Sí, es verdad, señora Grey, he venido a contarles que Christian me ha ayudado mucho con sus clases y me gustaría que me siguiera ayudando si él quiere y ustedes lo permiten”, dice Amanda y me sonríe. Grace me mira y luego la mira a ella. “A mí no me molestaría en absoluto. No sé Carrick que opina”, dice Grace y lo mira. “Creo que lo pensaremos un poco mejor. Pero aprecio que hayas venido hasta aquí para contárnoslo”, dice Carrick y le sonríe a Amanda. “Muchas gracias, señor y señora Grey. ¿Podría hablar apenas un momento a solas con Christian?”, les pregunta ella. Nos retiramos a la habitación del al lado. “¿Por qué no me has dejado que les contara la verdad? Todos entenderían por qué le has pegado a ese tonto”, dice ella preocupada. “Amanda no necesito que nadie me defienda. Y preferiría no volver a verte nunca más”, digo enfadado. Amanda empieza a llorar. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Quisiera que la tierra me tragara. Escucho que pasa Elliot por la puerta. Espero que no haya escuchado nada. Tengo que encontrar una solución a esto ahora mismo.

SOMBRA 31 ...

No sé por qué lo he hecho, pero sé que ha sido lo correcto. En el camino a casa doy vueltas. No tengo en claro qué quiero, solo que no deseo llegar. Por un momento, pienso en no volver. Podría fugarme. Luego, sonrío, ironizando sobre mí mismo. ¿A dónde llegaría? Pero más allá de todas las comodidades que tiene mi vida, hay algo mucho más fuerte. En ese mismo momento me doy cuenta de lo mucho que estimo a mi familia. En especial a Grace y a Mia. No podría hacer nada que las lastimara. Es verdad que he hecho algo malo, algo por lo que probablemente Grace se enfadará y se preocupará mucho, pero sé que, en algún instante, podrá perdonarme. Grace es una mujer excelente que desea el bien para sus hijos. Quiere que estudiemos, que nos comportemos bien con nuestros compañeros, que tengamos un futuro y vivamos en el seno de una familia feliz. Pero al mismo tiempo, Grace conoce mis problemas. Sabe mi historia y puede comprender mis miedos y mis angustias. Ha estado a mi lado cuando yo no podía hablar. Y siempre me ha comprendido. Grace intenta ver lo luminoso de cada persona. Y, por eso mismo, es probable que intuya las sombras que habitan en mi, que se van formando lentamente dentro de mi propio ser. Soy un monstruo y nunca nadie podrá quererme tal como soy. Es decir, tal vez, si puedan quererme, pero seguro nunca podrán comprenderme. Temo por lo que vaya a pasar. Me preocupa no tanto por mí, que estoy preparado para lo peor, sino por el sufrimiento que puedo causarle a aquellos que quiero. A Mia la amo muchísimo. Ella es la única que, con su ingenuidad y candidez habitual, siempre me ha acompañado sin juzgarme. Mia es incapaz de pensar mal sobre mí. Siempre me ha respetado y me ha dado el espacio de hermano mayor, sin siquiera reparar en mis “rasgos especiales”. Ella nunca ha hecho diferencia entre la normalidad Elliot y mi forma particular de ser. Al contrario, más de una vez, la he escuchado burlarse de la efusividad de Elliot cuando habla de algún partido de beisbol o si comenta algo de sus amigos. “Son todos unos engreídos que se creen lo mejor del mundo”, me ha dicho una vez, burlándose de ellos en secreto. Por supuesto, esto no quiere decir que no ame a Elliot, sino que ella puede ver algo más allá de las simples apariencias. O, por lo menos, no se deja guiar solo por ellas. Mia es dulce y comprensiva y sé que desea lo mejor para todos. Su inocencia la vuelve especial. Es de las pocas personas que conozco que puede ser inocente pero buena observadora e inteligente a la vez. Por eso, no quisiera que nunca se sintiera defraudada por mí. Todo se mezcla dentro de mi cabeza y no sé qué haré. Las calles parecen extrañas, como si no fueran parte de mi recorrido habitual. Todo mi entorno me marea. Veo que ya se está haciendo demasiado tarde. ¿Durante cuánto tiempo he caminado sin rumbo? Ya casi no hay gente por las calles. Sí, es tarde. Cuando abro la puerta está todos reunidos y desesperados por mi ausencia. Grace corre hacia mí: “Christian, cariño, ¿dónde estabas?”, grita entre llantos, con angustia y alivio al mismo tiempo al verme. “Christian, estábamos muy preocupados, de verdad, muy preocupados. No vuelvas a hacerlo nunca más”, dice Mia, que también llora y me abraza con alegría y tristeza. Elliot es el único que me mira más relajado. Parece que estuviera pensando: “claro que yo sabía que estabas bien, era evidente que volverías solo un rato más tarde”. Paradójicamente algo de ese pensamiento me tranquiliza. Siento que, a pesar de todo, es el único que entre todos ellos que puede comprenderme mínimamente. Carrick es el más serio. Imposible saber qué piensa. Sé que seguramente no se trate de nada bueno. No veo ni preocupación, ni alegría de verme, ni nada. No es que le resulte indiferente. Creo que solo trata de disimular todo aquello que le esté pasando. “Estábamos por llamar a la policía, Christian, ¿te das cuenta del momento que nos ha hecho pasar?, dice Grace cuando comienza a calmarse. Me encojo de hombros. Tengo ganas de decirle que no era para tanto, pero entiendo que decir eso ahora es una provocación. Me conformo con mirarla y tratar de que comprenda mis sentimientos como lo ha hecho siempre. Lo máximo que puedo hacer es dejar que me hayan abrazado por algunos segundos sin soltarme espantado. Lo he logrado con esfuerzo, pero lo he logrado. Todo es demasiado extraño para mí. “Tenemos mucho para hablar”, dice Grace mirándome a los ojos. “Tal vez, hoy ya no haya nada más para hablar. Estamos todos cansados y deberíamos ir a dormir. Mañana con calma todo será mejor”, asegura Carrick. En sus palabras hay una advertencia escondida. No quiere que hablemos ahora solo porque sabe que Grace ha estado muy preocupada y probablemente no vaya a ser lo dura que él quiere que sea. Puedo intuirlo. Carrick está enfadado y se le ha agotado la paciencia. Esa es la misma realidad. Y si quiere esperar a mañana es porque sabe que mañana habrá menos sentimientos y más dureza en las palabras y las decisiones. Me resisto a preguntar qué saben y qué no saben de lo sucedido. Lo más seguro es que sepan casi todo. O, por lo menos, lo más importante: que otra vez le he pegado a uno de la escuela. Quizás no sepan que ha sido por lo de Amanda. Pero no importa, no creo que eso modifique demasiado nada de lo que vaya a suceder. ¿Ya me habrán expulsado? No, no lo pregunto. Acato lo que me dicen. Voy a mi habitación. Hasta mis cosas me resultan extrañas. De a poco voy comprendiendo que no es el entorno lo que ha cambiado, sino mi percepción. Todo se está transformando dentro de mí. Esa mirada de niño que tenía de a poco va mutando en algo distinto. Cambio algunas cosas de lugar. Hay un muñeco en un estante de la biblioteca. Lo miro, luego, lo tomo con mi mano y lo aprieto como a un papel. Lo tiro al cesto de la basura. Las cosas son diferentes hoy. Me acuesto. La cabeza me da vueltas. ¿Me volverán a mandar a un colegio especial? ¿Me llevarán a nuevos médicos? En algún momento me quedo dormido. Vuelvo a soñar con esa mujer que ha sido mi madre. Estoy bajo la mesa. Llega él y le pega y ella le suplica que no lo haga. Yo miro y estoy asustado. Él se acerca a mí ahora. Me despierto sobresaltado. En la oscuridad de la noche todavía puedo ver sus rostros.

SOMBRA 30 ...

Le he estado dando clases de matemáticas a Amanda. Un día ha llegado llorando porque le ha ido mal en examen. Pero inmediatamente luego de decirlo, me ha confesado que está enamorada de mí. Me quedo congelado al escuchar sus palabras. ¿Qué hago? Ella me mira, como esperando una respuesta, una reacción, algo. Lo que, por supuesto, me inhibe aún mucho más. Una mezcla de sentimientos sobrevuelan en mi interior. Me halaga, me molesta, me confunde. No siento que pueda enamorarme de ella. De verdad que no. Pero de repente siento que tengo el poder de manipularla, de hacer con ella lo que yo desee. Y que ella lo permitiría. Y ese pensamiento me genera una extraña excitación. Me pongo absolutamente colorado y voy al baño. Me observo en el espejo. Pero no veo mi cara reflejada, sino que percibo la sombra que habita dentro de mí. Cuando regreso al salón, Amanda se ha ido. Ha dejado una nota. “No quería molestarte. Solo que por un momento he sentido que podía ser verdad que a ti te pasara algo parecido. Lo he pensado por la forma en me miras. Lo siento si he sido molesta.” Me quedo con su nota en las manos. También siento algo de culpa por esos sentimientos que ella siente y yo no. Y una vez más sentir eso me provoca una extraña excitación. Trato de olvidarlo. Ella deja de venir a las clases y todo va mejor. Los primeros días, estoy nervioso. Miro la puerta imaginando que ella podría entrar en cualquier momento. Con el transcurrir del tiempo, esa sensación se va calmando. Sin embargo lo que permanece es ese extraño deseo que experimento cuando pienso en que podría hacer con ella lo que quisiera. Ninguno de los chicos de mi edad podría sentir una cosa así. Mucho menos, entenderla. Decididamente mi pasado me ha jodido. Ya no tengo remedio. Experimento sensaciones que están fuera de mi control y eso no me gusta. En el último tiempo he trabajado en poder controlar las situaciones. Y, en especial, en controlar lo que sucede en mi interior. De a poco, todo funciona mejor. Disciplino mis sentimientos y sensaciones. Y con eso consigo exteriorizarlas solo cuando quiero. Por otra parte, esto me ayuda a controlar la situación en el colegio. En los últimos días hay un chico que se puso un poco molesto y ha empezado a provocarme. Trato de no involucrarme en sus juegos. Una tarde Grace me cita en su estudio porque quiere hablar conmigo. Me siento frente a ella, expectante. Me intriga que tendrá para decirme, ya que últimamente todo está muy tranquilo. “Tienes cara de preocupado, Christian. No todas son malas noticias. ¿O crees que sí?”, me dice con una sonrisa. Niego con la cabeza pero, en el fondo, es claro que si ella me citado ahí para hablar es porque algo está sucediendo. “Estoy contenta por cómo te has comportado en las últimas semanas” dice seria. Escuchar esas palabras me da una esperanza de saber que las cosas están bastante bien. “Quiero decirte que si todo sigue bien intentaré convencer a Carrick de la idea del campamento. Creo que te mereces una oportunidad de disfrutar de las vacaciones sin presión.” Ahora que lo dice, me doy cuenta de que es cierto. Me hace bien escucharla. Estoy todo el día presionado por las miradas de los otros, tratando de complacer y saber lo que ellos quieren. Grace sabe entender a todos. Eso es lo más maravilloso de ella. Sería fantástico evitarme el campamento. Le agradezco mucho. No soy muy efusivo, pero ella sabe que es verdad lo que digo. Elliot viene y cuando ve que estamos juntos se retira, sin decir palabras. La relación con Elliot se ha roto. No sé si podremos volver a reconstruirla. Hay cosas que llevan tiempo y dedicación. Y yo, mientras no me moleste, no tengo ningún interés en generar contacto entre nosotros. Es evidente que no me quiere y que no se interesa por mí. Con eso me basta. Llega la anteúltima semana de clases. Todo marcha muy bien. Se rumorea que ya me sacarán el castigo. Y que ya no hay riesgo de que me expulsen. Todo va demasiado tranquilo para ser verdad. Un martes salgo del colegio como todos los días. Veo un grupo de chicos reunidos y escucho una chica que parece estar llorando. Me acerco. Hay un grupo de chicos que están molestando a Amanda. Ella llora y dice que la dejen tranquila. Pero ellos no le hacen caso y se ríen. Voy hacia ellos sin pensarlo. Me lleva un impulso. “Ella está diciendo que la dejen tranquila, ¿no han escuchado?”, les digo con una voz firme que desconocía en mí. “Cuidado, llegó el novio a defenderla”, dice uno de ellos en tono desafiante. La impotencia me ciega. No pienso en consecuencias, no puedo medirlas ahora. Logro escuchar que Amanda grita: “No, Christian!”. Pero antes de que termine de pronunciar mi nombre ya le he dado el primer puñetazo al estúpido. Nos trenzamos en una pelea descomunal. Toda la furia contenida durante meses sale de mí. Finalmente logran separarnos. El chico se va con la nariz sangrando y me grita amenazante: “Ya verás, Grey, este es tu fin. No podrás sobrevivir a esto”. Amanda intenta asistirme. No estoy tan golpeado. La echo, le digo que por favor se vaya, que me deje solo. Ella se va llorando. Doy muchas vueltas antes de volver a casa. No sé qué pasará cuando regrese. Sin embargo, me siento bien por dentro. Hay algo que me dice que he hecho lo correcto.

SOMBRA 29 ...

Me han impuesto como castigo una tarea extraescolar. Ayudar a los niños que tengan problemas con sus deberes. El rector le ha dicho a Grace que yo soy muy inteligente y que solo por eso no me han echado. Estoy en la mira y cualquier movimiento en falso puede cambiar mi vida. Así es que me limito a sonreír y a pensar en cualquier cosa en lugar de escuchar lo que me dicen. Mientras no le pegue a nadie, todo funcionará bien. Al comienzo de la hora extra en la cual tengo que ayudar a otros chicos no venía nadie. Maravilloso. Simplemente me sentaba a leer en el acogedor silencio de la soledad. Pero, con el transcurrir de los días, los niños fueron llegando. Incluso he descubierto que tengo un admirador. Un día estoy muy tranquilo, estudiando para el último examen de química del año, cuando escucho una voz femenina que me resulta conocida. Cuando levanto la vista veo que se trata de Amanda. Desde lo del baile que no sabía nada de ella. En realidad, había llamado un par de veces a casa. Luego, se cansó. Recuerdo que Grace me suplicaba que le devolviera el llamado. Decía que estaba siendo grosero con ella. He pensado en ella algunas veces. Creo que me ha generado bastante culpa. No me gusta haberme portado mal con ella. “Hola, Christian”, me saluda con una sonrisa. Se la ve desinhibida y se mueve con seguridad por el salón. “Odio las matemáticas”, me dice y se ríe con fuerza. Yo le sonrío también. Pasa cerca de nosotros un profesor que nos mira intentando descubrir qué sucede. Me pone tenso. Hay algo en el ambiente. Pero nadie dice nada. Entonces, insinúa algo sobre el conflicto del baile y lo angustiada que ha estado con respecto a esa experiencia. “Amanda, puedo ayudarte en todo lo que necesites con matemáticas. Pero, de verdad, no quiero hablar de ciertos temas que ya son pasado”, le digo con tono seco. Escucho mis propias palabras y me asombro. Bien, esta es la determinación que necesito. Ella acata sin ninguna discusión, ni comentario. Me sorprende esa reacción. Me gusta. Luego, comprendo que hay mucho de verdad en lo que le dije. Hay cosas que ya son parte del pasado y es mejor no trabarse en ellas. Yo no quiero volver a recordar que mi madre murió a mí lado, ni que llevó días hasta alguien nos ha encontrado. Odio el pasado y todo lo que ha sucedido ahí. Si solo pudiera concentrarme en el presente. El pasado es oscuro. Son como sombras que se apilan con melancolía una sobre otra. Voy a encadenar a mis sombras para que no salgan. Amanda ha dejado de sonreír. Algo no le gusta de nuestro trato. De verdad, mucho no me interesa. Lo que me hace sentir bastante déspota. Luego, Amanda me habla con ojos tristes. Le cuesta concentrarse. Me dice que ella ama la literatura y que de hecho alguna vez fantaseó con la idea de escribir poesía. Pero que es muy mala. “Tienes que trabajar en tu autoestima”, le digo burlonamente. Pero ella lo toma en serio y me dice que probablemente tenga razón. Toda su espontaneidad se ve reducida a nada. Intento restablecer el vínculo. Y lo consigo. Amanda me cuenta de su amor incondicional por los libros. Dice que le gustan tanto las historias que le gustaría vivir dentro de alguna. Dice que la última vez el profesor de matemáticas la sorprendió con una novela. Estaba tan nerviosa que no podía dejar de leer. “Me gusta la literatura porque me permite vivir otras historias, en otros mundos”, afirma ya casi en el final de nuestra “clase”. Yo me limito a comentarle que no entiendo muy bien por qué tiene que ser una o la otra. Estoy cansado de que a los chicos que les gusta literatura detesten matemática y viceversa. Y es verdad. He escuchado mil veces esa discusión absurda. De a poco, nuestra conversación comienza a funcionar. No sé si debería asustarme por eso. Amanda me ha recomendado un montón de libros. Le cuesta entender mis explicaciones y eso me agobia. Veo que mira para otro lado, pensando en vaya a saber qué cosa. Probablemente esté pensando en alguna de las historias de sus libros. Me gustaría captar su atención. Con esta actitud nunca va entender el ejercicio. Un rato después la veo a Grace que me pregunta cómo me ha ido en mi hora extra. Estoy tentado de contarle quién ha venido, pero no lo hago. Me da la sensación como si ella lo supiera. A la noche pienso en Amanda. Es cierto que me cae bien. Me gustaría que fuéramos amigos. Sin embargo, en sus ojos, veo otra cosa. No puedo asegurar que ella no me guste, porque, en verdad, tiene algo que me resulta muy atractivo. Lo que hace que me deje de interesar es que la veo demasiado. Está entregada. Si pudiera, aunque sea, disimular esa entrega creo que me resultaría mucho más seductora. No me gustan las cosas fáciles, me aburren. Además si estuviera con ella, otra vez todas las miradas se posarían en mí. Bastante me ha costado que eso dejara de suceder. Trato de relajarme y dormir. Vuelve a la tarde siguiente. Y a la otra. De a poco se vuelve una costumbre. A veces finge tarea que no tiene. Reconozco que hay algo que me halaga, que disfruto de estar con ella. Me hace sentir querido, respetado, admirado. Está bajo mi pulgar. Una de las tardes creo que es ella quien está a punto de darme un beso. Pero luego lo reprime. Tiene un examen de matemáticas y le va mal. Llega llorando y me pide disculpas. Dice que yo soy un gran maestro y es culpa de ella no entender. “Lo que pasa es que no puedo dejar de pensar en ti. Creo que estoy enamorada de ti”, concluye con su explicación. Me quedo muy tenso. Nunca imaginé que una chica me iba a declarar su amor. Y mucho menos de esa manera.

SOMBRA 28 ...

Estoy parado en el pasillo del colegio. Grace está dentro del despacho. El rumor más fuerte es que me van a echar. El dolor de los golpes que he recibido no se compara con el dolor que me provoca pensar lo que estará sintiendo Grace en este momento por mi forma de actuar. La culpa me invade. Me he propuesto dominarme y no he conseguido nada. Siento furia, quisiera romper todo. Pero sé que tengo que controlarme. Y lo consigo. Ignoro todo lo que sucede a mi alrededor y me repito: “no hagas nada, solo aguanta”. El control sobre mí mismo funciona. Y eso me relaja. Miro fijo un punto en el horizonte y detengo mi mirada allí. Nada me puede perturbar. Entonces, sale Grace de la reunión con el director. Su cara es de preocupación, pero no parece estar triste. “Vamos, Christian”, se limita a decirme y hace un ademán para que vaya tras ella. Obedezco sin dudarlo un momento. Subimos a su coche. Conduce en silencio. Su actitud me sorprende. Por un momento, hasta estoy tentado de preguntarle qué ha pasado. Pero no lo hago, ya que me limito a evitar cualquier cosa que pueda alterar mi estado. Quiero estar bajo mi control. Grace conduce con la vista fija en el camino y ni siquiera una sola vez voltea a mirarme. Yo la imito. Llegamos a casa. Ella entra y va hacia la cocina creo que a prepararse un té. Miro de reojo sus movimientos y trato de definir los míos. En efecto, sale con una sola taza. No me ofrece nada. Jamás ha hecho eso antes. Me siento un fantasma. Y, por un instante, me parece que es lo mejor que me ha sucedido hace tiempo. Pero sé que no a durar. Probablemente Grace esté tan enfadada que eso hace que no me hable. Quizás esté esperando a Carrick para charlarlo con él e, incluso, puede que sea él quien me hable. De ahí, todas las cosas que se cruzan por mi imaginación son terribles. ¿Debería tocar el piano? Mis nervios no me lo permiten. Voy al baño. Me miro en el espejo. Tengo un ojo morado. Me observo el resto del cuerpo. Tengo las marcas de los golpes. No me duele. Una extraña fascinación se apodera de mí al ver mi propia piel morada. Luego, voy hacia mi habitación. Me tumbo sobre la cama. Y sin proponérmelo, me quedo dormido. Tengo un sueño difícil de recordar con exactitud, pero creo que estaba mi madre. Su cuerpo tendido tenía marcas, las mismas marcas que hace un rato he observado en mi cuerpo luego de la pelea. Intento hablar con ella, la llamo, pero ella no responde. Me acerco más y compruebo que está muerta. La angustia me despierta de golpe. ¿Cuánto tiempo habrá pasado? No salgo de la habitación y nadie viene a buscarme, ni siquiera para la hora de la cena. Me quedo encerrado. Al día siguiente, Carrick y Grace se sientan conmigo en el comedor. Allí me informan, con una extraña calma, que, en efecto, el director le ha comunicado a Grace que me expulsarán del colegio. Pero que Grace ha conseguido que no lo hagan. Sin embargo, eso tiene un precio. Por un lado, no puedo ser agresivo con nadie que me cruce. Alcanza con que alguien se acerque a algún maestro y le diga que lo he mirado mal para que firmen mi sentencia de expulsión. Por el otro, tendré que hacer lo que parece ser una especie de “trabajo comunitario”. Todos los días y hasta fin de las clases de este año, debo quedarme en el colegio una hora más y ayudar con sus tareas a los niños que lo necesiten. Grace aclara que si han aceptado no echarme en el mismo día es, entre otras cosas, porque han asegurado que soy un excelente alumno y mi inteligencia se destaca por sobre la de los demás. “Tu cabeza te ha salvado. Ojalá puedas seguir usándola de la mejor manera”, dice Grace con tono de advertencia. Es la primera vez en que está un poco rígida. Queda un mes y medio de clases y luego, el campamento. Mi vida es y será un infierno y tendré que aprender a vivir con eso. Estos días hasta Mia actúa de manera extraña. Como siempre es amable, pero la percibo más distante. ¿Me tendrá miedo? ¿Carrick y Grace le habrán prohibido que me quiera? Tengo demasiadas dudas y opto por evitarlas todas. Es como si intentara congelarme por dentro. Sí, siento que todas mis emociones se enfrían hasta quedar congeladas. Me limito a cumplir con mis tareas sin prestar atención a lo que haga o diga la gente. Al principio, en la hora extra en la que me toca ayudar a esos niños un poco tontos que no entienden qué es lo que tienen que hacer para sus clases nadie se me acerca. Eso es mucho mejor. Normalmente, llevo un libro conmigo y me quedo leyendo. Lo tomo como la hora de la lectura. Todos en general tanto en casa como en la escuela me tratan como un robot. Yo mismo me siento un robot. Una tarde llega un chico más pequeño. Creo que es del curso de Mia, pero no estoy seguro. Necesita ayuda con algo de matemáticas. Una cosa muy sencilla. Le explico los ejercicios. Él mira a través de sus gruesas gafas y parece no entender demasiado bien. Hago un ejercicio más, a ver si va mejor esta vez. Pero no. Me doy cuenta que en realidad me está mirando a mí en lugar de prestar atención a la explicación. Me siento molesto al respecto. “¿Me estás escuchando?”, le digo con poca paciencia. “Oh, Christian, cómo me gustaría ser como tú”, me dice de repente. Me gusta escuchar esa frase. Nunca antes me habían dicho algo semejante. Es extraño. “No son tan difíciles las matemáticas”, le respondo con una media sonrisa. “¿A quién le importan las matemáticas? ¿No ves mis gafas, mi ropa? Todos se burlan de mí. En cambio a ti te respetan porque te tienen miedo. Después de la paliza que le has dado el otro día a Jordan, todos te temen”, me dice mirando, por momentos, hacia abajo. Me quedo pensativo. No respondo. Vuelvo a explicarle algo del ejercicio, pero, una vez, no me presta atención. Durante la noche, en mi cama, reflexiono sobre lo que me ha dicho. ¿Me tienen miedo? Estuve todo el tiempo creyendo que lo hacían por obligación o para ayudarme y hoy me entero de que me temen. Algo dentro de mí se llena de orgullo. Una nueva personalidad se va forjando allí. Siento que si me tienen miedo podré dominarlos. Se me escapa una sonrisa. Al instante me doy cuenta de que está mal lo que estoy pensando. Me estoy transformando en un monstruo. En mi interior hay demasiada oscuridad. Al otro día, nuevamente, estoy en mi hora extra. Siento deseos de que venga mi pequeño admirador a pedirme que le siga explicando matemáticas. Pero no llega. Entonces, tomo mi libro y empiezo a leer. “Christian”, escucho una voz femenina que me resulta familiar. “Necesito ayuda con mi tarea”, dice Amanda. Desde lo del baile que no la veía.

SOMBRA 27 ...

La fecha de fin de clases cada vez está más cerca. Y, por lo tanto, el campamento también. He escuchado a Grace y a Carrick discutir sobre el tema. Por un momento he creído que Grace convencería a Carrick, pero no sucedió. Él se ha puesto muy estricto al respecto. Habla de límites, de la importancia de las relaciones entre las personas. Hay algo en las palabras de Carrick que me molesta mucho. Él cree que el mundo es como él lo dice. No puede aceptar que yo soy distinto. Carrick quiere que yo sea como todos, no entiende que yo nunca seré como los demás. Grace, en cambio, puede notar mi diferencia. Me comprende. Es verdad que eso la hace sufrir. Y yo no quiero que esté mal por mi culpa. Sin embargo, no sé qué puedo hacer para remediarlo. La idea del campamento ocupa mi mente hasta obsesionarme. No quiero ir. Hasta que un día sucede lo que cualquiera podía imaginar que sucedería. Estamos en el colegio. Uno de los amigos de Elliot se entera de que yo iré al campamento. Y se burla de mí. Comenta, entre risas, si yo recibiré un trato especial, si me pondrán en una habitación distinta y alejada de todos. Y esta vez la furia se apodera de mí como hacía tiempo no lo hacía. Sencillamente, me giro y comienzo a pegarle. Sin embargo, el chico es fuerte y me devuelve los golpes. Pero algo extraño sucede dentro de mí. Los golpes me dan más furia y más le pego. Tenemos una pelea pareja. Mi cara está sangrando, pero eso no me detiene. Alrededor nuestro se reúnen algunos compañeros. En un momento creo ver la cara de Elliot que me mira. Parece divertido y expectante. Algunos gritan. El alboroto llama la atención de algún profesor que se acerca a separarnos. Apenas puede hacerlo y le exige a nuestros compañeros que lo ayuden. Siento como algunos de mis compañeros me toman por los brazos, lo cual me desespera. Pido a los gritos que me dejen. “No haré nada, pero necesito que me saquen las manos de encima”. Una mezcla de llanto, furia y pánico se apodera de mí. Entonces, Elliot interviene y dice que es mejor que me suelten. Cuando, finalmente, lo hacen, mi respiración comienza a normalizarse. Voy al baño a lavarme la cara y los brazos. Tengo golpes por distintas partes del cuerpo y estoy sangrando. Pero, lejos de lo esperado, no me asusta, sino que me calma. Me llevan a la enfermería donde una de las enfermeras me cura. Mientras lo hace, me habla: “No hay que pelear, los problemas se resuelven hablando.” La miro y no digo nada. Me pone algo sobre el ojo que me arde muchísimo. Todavía no registro la parte más fuerte del dolor. La enfermera sigue hablando pero ya he dejado de escucharla. Lo primero que viene a mi mente es la cara de Grace cuando se entere de lo sucedido y me vea cómo estoy. ¿Hay alguna forma de que no se entere? No, ya es demasiado tarde. En la dirección del colegio sucede lo habitual. Me instan a reflexionar, a pedir disculpas, a revisar mi comportamiento. A todo digo que sí. En definitiva, sé que es la forma más rápida y efectiva de pasar por todo eso. Luego, escucho un llanto femenino que pide chillando que quiere verme. No lo entiendo. Entonces, veo la cara de Mia que se acerca desesperada y me pregunta qué ha pasado. No puedo hablarle. Mia llora y dice por qué he hecho esto, por qué tengo mi cara así. Por suerte, llega Grace que la abraza y contiene. “Mia, quédate tranquila, Chritian se ha enfadado mucho con su amigo y no ha sabido resolver la situación”, le dice Grace con naturalidad. “Yo no quiero que nadie lastime a Christian, mamá”, repite ella entre sollozos. “Mia, Christian se recuperará muy pronto”, termina convenciéndola Grace. Alguien le indica que Mia debe volver a su clase y ella obedece sin problemas. Lo cual es un alivio. “¿Qué vamos a hacer contigo, Christian? ¿Comprendes lo que está pasando?”, me dice Grace. A diferencia de otras veces, no parece triste. Parece preocupada. No respondo. Miro hacia abajo. Cuando llegamos a casa me encierro en mi habitación. Estoy nervioso esperando que alguien venga a decirme algo. Pero, extrañamente, eso no sucede. Nadie viene. Ni siquiera para avisarme que es la hora de la cena. Decido no salir, excepto para ir al baño. No tengo hambre y no quiero verle la cara a ninguno de ellos. Me duele el cuerpo de los golpes. Al día siguiente, las cosas empeoran. Me preparo para ir al colegio, como todos los días. En el desayuno las cosas están tranquilas. Nadie dice nada, como si hubieran hecho un pacto de silencio entre ellos. O como si no les importara. En el colegio todos me miran. Murmuran cosas, pero trato de ignorarlos. Todo transcurre y dejo que pase. Sin embargo, en la hora del almuerzo, un chico más grande se me acerca, me empuja y me dice: “¿Así que le has pegado a mi hermano?, ¿por qué no me pegas a mí también?” No lo pienso, cierro el puño que va directo a su cara y lo tira para atrás. ¿Qué me pasa? ¿Por qué hago esto? La pelea es más breve que la de ayer, pero es fuerte. Hay algo dentro de mí que parece calmarse cuando me peleo. Nos separan y apenas me tocan dejo de pegar, así evito que me retengan. Otra vez me llevan a enfermería. Por suerte hoy no está la enfermera de ayer. Hay un enfermero que se limita a curarme las heridas sin palabras. Mejor así. Estoy en la puerta de la dirección nuevamente. Llega Grace, antes de que me dejen entrar. “Christian, no puedo venir todos los días al colegio por lo mismo, ¿qué vamos a hacer?”, me dice. No sé qué decirle. Es verdad, ella está trabajando en el hospital, no puede venir aquí todos los días. Esta vez, le piden que entre ella sola a la dirección. Por un momento, me siento aliviado. Sin embargo, el alivio se interrumpe demasiado pronto. Alguien pasa y me dice: “Grey, esta vez nada te salva. Te expulsan del colegio, que lo sepas.”

SOMBRA 26 ...

Con la primavera parece que las cosas están más calmas. Todos comienzan a sentirse más alegres y eso los relaja. Grace arregla la casa, Mia está radiante, Elliot creo que está enamorado. Hasta Carrick parece estar concentrado en otra cosa. Esa dispersión me deja tranquilo. Ya nadie observa lo que hago o lo que dejo de hacer. Sigo en mi encierro, todo el piano, voy a la biblioteca a leer. Me concentro en mi mundo y en mis fortalezas. En las clases me va bien. Soy un buen estudiante. Los informes solo repiten una cosa: mi falta de integración. Sin embargo, mientras las notas sean buenas, parece que, por ahora, no hay más problemas. Paso mucho tiempo encerrado en mi habitación. Me gusta leer, imaginarme en otros mundos. Pero no sólo me interesan las aventuras. También me gusta conocer sobre la psicología humana en los personajes que leo. Entiendo sus comportamientos en los libros y luego trato de verlos en la realidad. De alguna manera, conocer las formas de pensar de la gente es tener control sobre ellos, poder manipularlos. Hay algo en la idea de controlar las situaciones que cada vez me inquieta más. Claro que ahora no tengo todavía las herramientas para hacerlo. Pero cuando mejor me siento, llega la peor de las noticias. El campamento de verano. Carrick ha decidido que este año iremos los tres al campamento de verano. ¿Por qué? No puedo entenderlo. Carrick y Grace nos citan en el comedor de la casa y nos lo cuentan como si fuera una gran noticia. Yo sé que Elliot ha ido antes. Para Mia es la primera vez. Mia está feliz. Algunos de sus compañeros irán y ella estaba deseosa de que le permitieran hacerlo. Fiel a su estilo, salta de alegría y grita que será el mejor verano de su vida. También se burla de Elliot: “Oh, seguro que está feliz, ya que su novia también va”, dice ella y Elliot sonríe un momento y luego le dice que se calle. Toda la atención queda puesta en Mia y su alboroto. Supongo que bajo otras circunstancias empezaría con algún ataque de pánico, pero creo que he comenzado a controlarlos. En especial porque sé que armar un escándalo ahora sería una pésima estrategia. Grace empezaría a justificarme, Carrick diría que así no podemos seguir. Yo terminaría solo en mi habitación. Y un rato después, estaría escuchando una nueva discusión entre Carrick y Grace comentando sobre un nuevo médico. Y lo he vivido demasiadas veces. No puedo controlar a los demás, pero empiezo por controlarme a mí mismo. Creo que no está mal después de todo. Luego de decirle a Mia que ya está bien, que se calme, Grace voltea y me dice: “¿Y tú qué piensas, Christian?” Me quedo en silencio. Entonces Carrick interviene: “Creemos que te hará bien. Podrás ver otras personas, estar en otro ambiente. Seguro que te ayudará.” Elliot me mira. Puedo imaginar sus estúpidos pensamientos. Se debe estar burlando de mí: “oh, claro, si lo tocan, llorará”. Decido que no daré respuestas. Que interpreten mi silencio como prefieran. Esa noche casi no duermo. Pienso en la gran tortura que puede suponer ir a un campamento de verano. Otra vez los mismos amigos estúpidos, haciendo bromas estúpidas, tratando de llamar la atención todo el tiempo de una manera estúpida. Pasan dos días en que mi cabeza gira en torno a ese pensamiento. Entonces, me decido a hablar con Grace. “Grace, yo sé que lo hacen porque me quieren, pero no tiene nada que ver conmigo.” “Christian, tienes que probar cosas nuevas. ¿O quieres quedarte encerrado en tu mundo?” La miro en silencio. ¿Debería decirle la verdad? Sí, Grace, quiero vivir encerrado en mi propio mundo. Hacer mis cosas, imponer mis reglas, estar solo y tranquilo. No, no puedo decirlo. Ella me observa pensativa. “Carrick y yo queremos lo mejor para ti, lo sabes. Cada día estás más grande, no puedes seguir sin hablar, sin relacionarte. No es bueno para ti.” De repente se me escapa lo que está pasando por mi cabeza: “Es que yo quiero relacionarme pero con mis reglas y a mi modo.” Maldición! No tendría que haber dicho eso. Puede traer consecuencias terribles. Grace me mira con tristeza. “Cariño, nadie puede relacionarse de ese modo. Precisamente relacionarse tiene que ver con compartir, con no imponer.” Blablabla. Eso es lo que escucho. Frases que no dicen nada. Sigue hablando pero yo dejo de escucharla. Comienzo a comprender que esto será más difícil de lo que esperaba. Pienso alguna idea que me ayude a cambiar el rumbo. “Es que, tal vez, todavía no es mi tiempo. ¿No podríamos esperar hasta el año que viene?” Touché. Me mira y algo de su actitud cambia. Con los ojos parece decir: ¿y si es verdad lo que dice mi querido Christian? Entonces, finalmente, habla. “De acuerdo, cariño. Déjame pensarlo y que lo hable con Carrick. Lo que quiero que tengas siempre muy presente es que nosotros queremos tu bien.” “Sí, Grace, lo sé.” Hablo con voz dulce, disimulo a la perfección lo que pasa en mi interior. Si pudiera, gritaría: “¿mi bien? Pues mi bien es que me dejen en paz, con mis cosas, sin forzarme a tener amigos estúpidos.” Por ahora, tengo una esperanza. Esa noche toco el piano e intento escuchar lo que hablan ellos pero no lo consigo. Las voces son demasiado bajas esta vez. Me preocupa pensar que se está decidiendo mi futuro y yo no puedo escucharlo. La melodía, una vez más, me acompaña y me calma. Pasan unos días y entonces, sí, finalmente, puedo escuchar una parte de una conversación. Grace le dice a Carrick que, tal vez, yo no esté preparado todavía para ir al campamento. Me parece bueno que lo plantee como idea de ella. Carrick asegura que ya han discutido eso. Han tomado una decisión y no hay vuelta atrás. Maldición! Cada día que pasa lo odio más. Escucho que discuten y que se pelean. Hablan de consentir, de poner límites, de hacerse hombre. Hacerse hombre. ¿Qué significa eso? Parece que lo que une a todos los hombres es la violencia. Recuerdo el hombre que le pegaba a mi madre. Cada golpe que recibía. De repente es como si escuchara el llanto de mi madre. Sus gritos pidiendo que no le peguen. Y él, sin prestarle atención, volvía a pegarle una vez más.