viernes, 13 de septiembre de 2013

SOMBRA 23

He estado en la cama durante un largo rato. La soledad me hace bien. Me ayuda a pensar. Y pensar me ayuda a controlar las situaciones. Por primera vez he pensado en Amanda. Ella ha sido muy amable en invitarme al baile. Y no quisiera que pasara un mal momento por mi culpa. Creo que si quiero ser una buena persona no puedo faltar a mi palabra. Una de las maneras de controlar las cosas tiene que ver con eso: decir algo y actuar en consecuencia. La fiebre ha bajado. Me siento mejor. Viene Grace y me pregunta cómo sigue todo. Le digo que estoy un poco mejor y que iré al baile, pero solo un rato. Todavía me siento algo mareado. Me levanto con cuidado y me doy un baño que termina de reanimarme. Elliot se ha puesto una camisa azul que le queda muy bien. Mia parece una verdadera princesita. Todo el día ha transcurrido lento y, de repente, parece que algo se acelera y todo pasa rápidamente. Ahí estoy, con mi camisa de color morado, frente a la mesa en la que quedamos, esperando a Amanda. Ella llega. Está muy bella con la falda nueva que me contó que se había comprado. Estamos en el baile y todo parece que irá bien. Los nervios se aplacaron. Puedo charlar con ella y sentirme bien al respecto. Es simpática y le encanta hablar. Me cuenta sobre todas sus clases, imita a los profesores, critica a sus compañeras. Yo solo hago algunas preguntas y me río cuando corresponde. El tiempo transcurre. Amanda me cae bien pero no me atrae. No siento deseos de besarla ni de tocarla. No sé si es normal, pero así me siento. Veo que de lejos, Mia y sus amigos nos observan. Ellos están muy divertidos y sus miradas no me preocupan. Le cuento a Amanda que a la mañana he tenido fiebre y que no me siento muy bien. Me mira un poco disgustada. “Si no quieres estar aquí conmigo no es necesario que me mientas”, me dice con cara triste. Intento explicarle que no se trata de una mentira. De verdad tuve fiebre. Claro que tampoco se trata de eso solamente. Pero esto no puedo decírselo. “No me querían dejar venir y yo he insistido, para que no sintieras que te dejaba de plantón”. De repente escucho mi mentira y me desconozco. Era innecesaria, ¿por qué la he dicho? Sin embargo, es eso lo que hace que Amanda comience a creerme. “¿En serio?”, me dice con una sonrisa. Entonces, veo que se acerca Elliot y sus amigos. No sé dónde habrán estado, pero habían desaparecido y ahora han vuelto a aparecer. Sus chicas están juntas en un rincón y los miran. Ahora ellos son el centro de la atención. La miro a Amanda. Sé que si la dejo ahora aquí sola será el centro de las burlas. Los amigos de Elliot han empezado a burlarse de unos chicos y sé que llegarán a mí en cualquier momento. Le propongo a Amanda que salgamos un rato. Ella me dice que sus padres no la dejan salir sola. Bueno, tampoco conmigo. Y que tiene miedo de que su pequeña y maldita hermana la delate. Me la señala. Debe tener las misma edad que Mia. “Es una tonta. Su mayor interés soy yo. Me espía, me imita, quiere que esté con ella. Y luego, si le digo que no, me chantajea amenazándome con que le va a contar todo a mi madre.” Su historia me hace sonreír. Veo que no soy el único que tiene problemas con el hermano. “¿Y tú?, ¿cómo te llevas con los tuyos?”, me pregunta. Creo que ha entrado en confianza. Hasta ahora se había limitado a hablar. Esta es la primera pregunta que me hace una pregunta. Se la ve divertida e interesada. “Mia es muy buena conmigo. Nos llevamos muy bien. Me quiere mucho. Con Elliot…”, me interrumpo. Amanda se ríe. “Ay…los hermanos, los hermanos…”, dice con una sonrisa gigante. Yo también le sonrío. “¿Qué te hace?”, me pregunta. Me quedo pensando un momento. No sé muy bien cómo explicarle. No voy a contarle que sus amigos se burlan de mí y que él no hace nada para impedirlo. Tampoco puedo decirle que ha sido quien contó en la mesa que vendría al baile con ella y que eso me ha ocasionado uno de los peores días de mi vida. “A veces cuenta cosas que no quiero que cuente”, digo de forma general. “Ah, como mi hermana!”, dice y vuelve a reír. “Exacto”, comento, aliviado. “Deberíamos inventar algo en contra de los hermanos metidos, ¿no crees?” Uno de los compañeros de Elliot se acerca. Sin motivo aparente me empuja. “Oh, no te había visto”, dice y lanza una carcajada. Lo imaginaba, todo no podía ser tan tranquilo, han empezado los problemas. Amanda se pone loca. Le habla de mala manera. “Eres tonto”, le grita nerviosa. Lo que ocasiona una risa más fuerte en el chico. Dice algo como que las mujeres me defienden o alguna tontería por el estilo. No logro escucharlo muy bien. Como es habitual es como si empezara a perder el sentido de la audición. Siento la ira que sube hasta mi cabeza. Quisiera llorar pero esta vez no puedo. Lo veo. Por un momento espero que se vaya. Sé que esto puede llegar a ser terrible. Y no logro controlarme. Sin embargo, él se queda de pie, mirándome. Creo que me desafía con la mirada. Tengo la sensación de que le digo “vete”, pero no estoy seguro. Tal vez, lo imagino. Amanda me mira y está a punto de llorar. Todo se ha desvanecido. Me siento decepcionado por la situación. Entonces, de algún lado de mi ser que desconozco, sale una fuerza extraña e irrefrenable. Comienzo a pegarle al muchacho, que intenta defenderse si éxito. Los demás primero miran, pero rápido se acercan a separarnos. Mejor dicho, se acercan a impedir que le siga pegando. No entiendo bien qué es lo que dicen. Sé que hay un tutor del colegio que está hablando. También lo veo a Elliot, pero no sé qué hacen. Me separan y me llevan a un salón de al lado. Estoy en shock. Creo que me hablan, pero no los escucho. Pasa un rato, aunque no puedo precisar cuánto. Entonces veo que llega Grace. “Vamos a casa, ¿sí, Cristian?”, me dice. Veo que hablan con el tutor. Luego empiezo a mirar para otro lado. Grace vuelve a intentarlo y me pide que vayamos a casa. No respondo, pero la miro. Dejo transcurrir unos segundos. Me levanto de la silla sin decir palabras. Sigo a Grace. Mientras vamos en el coche comienzo a conectarme nuevamente con el mundo exterior. Y es ahí cuando me doy cuenta de que lo que viene no será fácil. Aunque también es cierto que, probablemente, esos idiotas dejen de molestarme después de hoy. No está tan mal, después de todo.

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